29/1/07

Podología social (...)

A veces piso con tanta firmeza que me da miedo. Sí, me da muchísimo cagazo. ¿Hago mal en admitirlo? Ojo, yo no me la creo. No puedo venderme buzones a mí mismo. Sería algo así como el timador timado en versión unipersonal. Una situación inverosímil. Además estoy segurísimo de que en el cualquier momento me voy a pegar un resbalón y quedaré culo para arriba (no se me ocurre una imagen más ridícula). Y todos, absolutamente todos, se darán cuenta de que la seguridad de mis pasos era producto de un complejo efecto especial capaz de engañar a medias a medio mundo. Algo así como una cortina de humo para cubrir por completo todo mi repertorio de inseguridades.
Las contradicciones, como siempre sucede en este hermoso lugar común, están a la orden del día. ¿Cómo puede marchar con semejante pompa un tipo que casi siempre anda descalzo? Por más que las plantas de mis pies luzcan muy curtidas por la constante desidia hacia el calzado, estoy a años luz de poder emular a Abebe Bikila, aquel heroico atleta etíope que pasó a la historia del deporte por ganar la maratón olímpica en patas… Por lo tanto, con los pies desnudos (y con juanetes) será muy difícil llegar a la meta. Sobre todo si constantemente nos cruzamos con tipos sin escrúpulos que usan borceguíes…
¿Cuál será el final de esta cruzada quijotesca en versión podológica*? Obvio, lo más probable es que nos pasen por arriba… Igual, señal que caminamos, vale la pena seguir intentando.

*Perdón por el neologismo. Simple producto de la multiplicación de cansancio y pereza.

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