30/5/07

Homenaje (...)* **


Aquellos que siguen este insignificante blog ya saben de mi tortuosa relación con el enorme GGM y su obra cumbre, cuya primera edición cumple 40 años por estos días. Siempre existe un buen motivo para saludar al maestro.

*Foto: Isabel Steva Hernández / Corbis -- Publicada por el diario La Nación.
** Para más información, pinchar aquí.

28/5/07

Autobombo (...)

"La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla", dijo alguna vez el escritor suizo Hermann Hesse. Un gran ejemplo para entenderlo es darse un paseo por el notable "A mí no me mires" . Puedo jurarles, señores y señoras, que esa pequeña beldad que asoma en la imagen (además de invitar a la reflexión) es una usina de felicidad. De paso, disfrutan de la meticulosa y profunda prosa del amigo Pelado... Les recomiendo que lo sigan, no los va a defraudar.

Seis días (...) *


Hay un sinfín de acciones que pueden durar seis días. Dicen, en un libro muy leído que fue escrito hace siglos, que es el tiempo que necesitó un Señor para pergeñar todo lo que somos los hombres... El séptimo, como todos saben, el hombre todopoderoso y omnipresente descansó. También hubo una guerra que se extendió por ese espacio temporal. Israelíes y árabes se tiraron con todo entre el 5 y el 10 de junio de 1967... ¿Otro ejemplo? Steve Fosset, el excéntrico multimillonario estadounidense, podría dar dos vueltas al mundo a bordo de su ultraliviano GlobalFlyer... Y tendría un margen de casi diez horas para descansar entre una travesía y otra. La lista de parangones (¡qué linda palabra!) puede ser infinita... ¿A qué viene todo esto? Simple. Seis días son los que necesité para volver a tener una idea. ¿Es mucho? ¿Es poco? ¿Es una idea?
*La imagen fue cedida por un anónimo conocido. El tema es que él prefiere preservar su identidad. Y lo respeto...

22/5/07

Unos mates con Sarmiento (...)

Antes de narrar esta historia tengo la necesidad de jurarles que no tomé nada de alcohol ni consumí ninguna sustancia alucinógena. Espero que me crean. Esta tarde, cuando volvía de trabajar, me crucé con Domingo Faustino Sarmiento...
El viejo, vestido con una campera de lona color crema, un pantalón marrón y unas zapatillas negras, iba caminando por una calle de Lanús. Obviamente, conozco la información publicada en los libros de historia que asegura que el ex presidente argentino murió el 11 de septiembre de 1888 en Asunción, Paraguay... Por eso, supuse que se trataba de un sosias contemporáneo del padre del aula. Sin embargo, el hombre era tan parecido que decidí estacionar el auto para intentar hablar con él. No sería difícil alcanzarlo. Su marcha lenta y cansina era un síntoma del innegable paso de los años... Le chiflé y le chisté. Se dieron vuelta todos menos él. Entonces, decidí jugármela y grité. "Sarmientoooo, Sarmientoooo"... Y, cosa de mandinga, el hombre frenó, giró y esperó que me acercara...
-Perdón... ¿Usted me llamó? -preguntó el anciano.
Yo quedé temblando. Le relaté todo lo que les conté a ustedes en la introducción. Le dije que me había quedado enganchado con su notable parecido al prócer sanjuanino y que, víctima de mi curiosidad, había decidido investigar más sobre el sosias de Sarmiento.
-Usted se equivoca, joven. Yo no soy el sosias de Sarmiento... Yo soy Sarmiento. Domingo Faustino Sarmiento. Nací el 15 de febrero de 1811 en el Carrascal, uno de los barrios más pobres de la ciudad de San Juan. Soy el hijo de José Clemente Sarmiento y doña Paula Albarracín -se presentó el viejo.
Por dentro pensé que se trataba de un viejito piola, que decidió seguirme la joda. Sin embargo, a medida que avanzaba la charla, el tipo no paraba de tirarme precisiones.
-La verdad, señor, es que no le creo. Yo quise hacerle una broma. Le ofrezco disculpas. Pero es imposible que usted sea el verdadero Sarmiento. Ante todo, no existe ser humano capaz de vivir más de 125 años. Usted tendría unos 196 -argumentaba un poco descolocado por la situación y sin demasiado sustento.
-¿Entonces? ¿Para qué me paró? ¿Acaso usted no estaba convencido? Hace ciento y pico de años que nadie me reconoce. De hecho, por un acuerdo con el dueño del circo, debí cambiar de identidad. Si viene a mi casa y me acompaña con unos mates, le cuento bien la historia. ¿Se anima?
La voz interior me decía que no debía aceptar el convite. Pero la curiosidad pudo más y decidí escuchar la historia del viejo. Total, en caso de que tratara de una trampa, no tenía demasiado para que me afanara. Total, el auto está asegurado. Y no creo que nadie quiere mis maltratados órganos...
El hombre vivía en la planta baja de un pequeño edificio en la esquina de Ministro Brin y Miguel Cané, a unas ocho cuadras de la estación Lanús. Allí tenía un humilde y muy oscuro departamento de dos ambientes. Apenas entramos y tras disculparse por el desorden, el anciano me sugirió que me sentara en una de las dos sillas que acompañaban a una pequeña mesa cuadrada de pino. Mientras calentaba el agua para el mate, Domingo --al menos así decía llamarse-- cantaba por lo bajo "Fue la lucha, tu vida y tu elemento/la fatiga, tu descanso y calma/La niñez, tu ilusión y tu contento/la que al darle el saber, le diste el alma/Con la luz de tu ingenio iluminaste/la razón en la noche de ignorancia..."
-¿Le gusta la canción?
-Seee –le respondí poco convencido-. Los chicos confunden loor con olor...
-Ignorantes. Son todos ignorantes... Es hermosa. La compuso el músico catalán Leopoldo Corretjer. Es uno de los homenajes más lindos que me hicieron, aunque la canten los 11 de septiembre, el día de mi supuesta muerte. Y eso que hay ciudades, plazas, monumentos, trenes, escuelas, colegios y hasta clubes de fútbol que llevan mi nombre. Ojo: debo serle sincero. Lo que me hace sentir más raro es verme en los billetes de 50 pesos. Encima pusieron al muy turro de Roca en los de 100. ¡Qué injusticia! Ese Menem...
El hombre, entre mate y mate, no paraba de hablar sobre sí mismo. Me contaba que hacía un siglo que vivía solo y que nunca pudo olvidar a su amada Aurelia Vélez. Me habló de sus exilios en Chile, de sus viajes por Estados Unidos y Europa, de su presidencia, de su proyecto de país... Para mí hubo un montón de datos incomprobables, dado que no soy un estudioso de la vida del sanjuanino. Sin embargo, no me quedaba claro cómo era que Sarmiento estaba vivo y lúcido a los 196 años. Para constatarlo, tomé valor y le pedí una explicación lógica.
-No quiero pecar de irreverente, Domingo... Pero se me hace muy difícil creerle. Usted no puede ser el verdadero Sarmiento...
-A ver pibe. Esto se lo cuento a usted. Después, haga lo que quiera. Si se atreve, dígaselo a todo el mundo... Total nadie va a creerle. Lo van a tildar de loco... La Argentina tiene un convenio con el más allá. Todo aquél que se sienta en el sillón de Rivadavia investido por el voto del pueblo se gana automáticamente la inmortalidad. La muerte, no obstante, es una opción necesaria. La gente debe creer que estamos muertos y nosotros debemos encargarnos de mantenernos en las tinieblas, sin levantar la perdiz... Imagínese si la prensa supiera que estoy vivo. Lo mismo corre para Yrigoyen, Perón o cualquier otro. Nos estarían molestando a cada rato para opinar sobre los políticos de morondanga que tenemos ahora... Hasta intentarían tentarnos para que participemos de Bailando por un Sueño o del Gran Hermano de los Famosos... ¿Me ve en un jacuzzi con el Roña Castro y Luis Vadalá?
-¿Usted mirá esos programas?
-¿Qué quiere que haga? Soy un viejo que vive solo... Igual, no se crea que está bueno esto de la inmortalidad... Todos los seres queridos ya se me fueron. Y debo estar mudándome constantemente para no despertar sospechas...
-La historia está buena, digna de un cuento de ciencia ficción... Pero, perdone, necesito pruebas... El hombre se paró y abrió un placard que va de punta a punta de la cocina-comedor. El mueble está lleno de libracos viejos. De un sobre amarillento sacó un papel y me lo alcanzó.
-Esta es la partida de mi nacimiento. Si quiere revise. Y aquí están los originales de mis libros y un montón de otros manuscritos. Ni siquiera un coleccionista podría tener todo esto...
-Mmmmmmmmmmm. ¡Qué se yo! Puede ser... Pero no me cierra.
-La verdad me ofende... Usted es un insolente que me hizo perder toda la tarde... Seguro que me lo mandó el turro de Roca... Ya lo voy a agarrar a ese viejo, que ni siquiera se conformó con una presidencia... Por favor, váyase de acá. La puerta del frente está abierta. Y no se atreva a volver...
Sarmiento me echó a patadas de su humilde departamento. Les juro que no tomé nada. Apenas unos amargos... Y, por las dudas, aviso que no tengo nada que ver con Julio Argentino Roca...

19/5/07

Insignificancias que pueden complicar la vida (...)


Un codo del caño de la cloaca roto/una discusión sin sentido/el flotante del inodoro que no funciona/una promoción de un hotel alojamiento en el bolsillo/una llamada perdida en el teléfono celular/la confianza desmedida del jefe/una venta que se hace eterna/un proyecto que nunca acaba de plasmarse/una pared explotada por la humedad/un pantalón roto/dos pantalones rotos/un árbol/dos árboles/el otoño/el invierno/las hojas secas/una canaleta tapada/más hojas secas/más canaletas tapadas/una teja corrida/una gotera/dos tejas corridas/dos goteras/tres tejas corridas/tres goteras/veinte tejas rotas/innumerables goteras/un tanque de agua con rajaduras/una ene de más/una ere que sobra/un error de tipeo/una repetición de palabras/un tipo con una remera amarilla en una foto...

16/5/07

Malas palabras (Roberto Fontanarrosa) * ** ***


No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a hacer. La pregunta es por qué son malas las malas palabras. ¿Quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras? ¿Son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar?
Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto?
Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras --no es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras--, algunas me gustan, igual que las palabras de uso natural.
Yo me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se justificaba. También se lo llamaba boca sucia, una palabra un poco antigua pero que se puede seguir usando. Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión que había que caer en esos juegos ingenuos.
Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: “Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso más largo”. Y uno dice: “¡Qué cosa!”. Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar esa posibilidad? Afortunadamente, ellos no nos dan bola y hablan como les parece.
Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irreemplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológico, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo”–que no sé si está en el Diccionario de Dudas-- está en la letra “t”. Analicémoslo. Anoten las maestras.
Hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra “carajo”. Tengo entendido que el carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de decir “caracho", que es de una debilidad y de una hipocresía… Cuando algún periódico dice “El senador fulano de tal envió a la m… a su par”, la triste función de esos puntos suspensivos merecería también una discusión en este congreso.
Hay otra palabra que quiero apuntar, que es la palabra “mierda”, que también es irreemplazable, cuyo secreto está en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho más débil, y en eso está el gran problema que ha tenido el pueblo cubano, en la falta de posibilidad expresiva. Lo que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar...

* Fragmento de la ponencia del escritor, dibujante y humorista en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, llevado a cabo en noviembre de 2004 en Rosario, Santa Fe. Información relacionada con el tema en este viejo artículo de Klarín.
** Ilustración: Bernasconi
*** Cualquier excusa es válida para citar al gran Fontanarrosa. En este caso, la necesidad de robarle al maestro es exclusiva responsabilidad del excelente blog del amigo Lord Henry y su entrada sobre su experiencia en la Capital Nacional de la Potra.

15/5/07

Ataque místico (...)


Debo hacer una denuncia en el mostrador de los objetos perdidos: no sé dónde dejé el egoísmo. No lo encuentro.
Advertencia: no es la intención, a través de estas líneas, sumar puntos ante la nutrida (¿?) platea femenina. No hace falta... Tampoco persigo fines de beatificación, canonización o santificación. No me motiva la idea de ganarme una parcela en el cielo. Además, mi religión no me lo permite.
Llegué a la conclusión de que la pérdida del egoísmo, virtud/defecto esencial en el tránsito por la vida, acarrea gravísimas consecuencias. Ojo, no quiero pasarme de la línea. No deseo profesar un excesivo amor a mi ombligo, que haga atender en forma desmedida mi propio interés en detrimento del beneficio ajeno...
¿Hacia dónde voy? Ya llego. L
uego de un interesante cambio de ideas callejero, veo preocupado cómo el entorno se mueve sistemáticamente bajo la dictadura del egocentrismo. Casi nadie piensa ni un poquito en los demás. Y paradójicamente casi todos reciben provecho de su mezquindad.
Como contrapartida, este servidor, que se esconde como puede debajo de unos indefensos puntos suspensivos, casi siempre trata de pensar en el otro... Tal vez sea un defecto (¿?) de formación emparentado con la ingenuidad...
No se aprovechen de mí. Además, ya hice la denuncia. Estoy seguro de que la gente de objetos perdidos me devolverá pronto mi maltrecho egoísmo. Eso sí, una vez que lo recupere prometo no usarlo en forma desmedida. No me agrada la idea de ser uno más del rebaño de lobos disfrazado de ovejas. Prefiero ser el perro con el martillo...

14/5/07

Excusas sin truco(...)

Falta tiempo.
Falta inspiración.
Falta talento.
Falta creatividad.
Falta envido.
Son buenas.
¿Jugamos otra?

9/5/07

La venganza (...)

Después de años de negociar (y rogar) ante sus superiores, Juan se enteró a través de un correo electrónico de que le darían un aumento extraordinario. Le pedían, además, extrema confidencialidad. Obvio: no querían que el resto de la tropa se enterara del solitario logro gremial del oficinista.
Iluso, Juan creía haber ganado una batalla. Sabía que estaba condenado a perder la guerra contra la tiranía capitalista de Erebus S.A. Pero nadie podría quitarle el orgullo personal de haber persuadido a sus superiores de que su trabajo estaba mal recompensado.
La alegría, sin embargo, le duró muy poco. Apenas una semana. El tiempo que faltaba para que le depositaran sus haberes en la cuenta del banco. El promocionado y encubierto plus salarial, anunciado como un inédito logro por su jefe, no alcanzaba siquiera para cubrir los gastos magnificados por la galopante inflación. Más allá de acomodarle un poco la economía de su hogar y sacarlo de unos pocos aprietos, el aumento no implicaba tener capacidad de ahorro. Ni hablar de darse algún que otro gusto suntuoso. Lo que entraba, salía en forma inmediata. Y Juan, perseguido por el estigma de eterno perdedor, estaba indignado. Así, enfurecido tras revisar su saldo en el cajero automático del banco más cercano, entró a la oficina del gerente con su recibo de sueldo apretujado en su mano izquierda.

-¿Me están cargando? ¿Ustedes creen que merezco eso? ¿Quieren que les dé las gracias? Sí, les voy a dar las gracias. Gracias por abrirme los ojos... Son unos hijos de puta. Eso son. Hijos de mil putas...

-Me parece que se está desubicando, Jiménez -lo increpó su jefe en un tono bajo, casi sin inmutarse, mientras se paró de su escritorio para cerrar la puerta de su vidriada oficina-. Usted no me puede hablar así adelante de todos. No sea imbécil... Aquí le estamos reconociendo todo su aporte a la empresa. El incremento está íntimamente vinculado con la dedicación y desempeño que demostró en sus tareas. Ahora, nosotros esperábamos todo lo contrario. Creíamos que este reconocimiento podía resultar un incentivo que contribuyera a su desarrollo en la compañía. Y usted, desagradecido, me responde así. No me haga pensar en que nos equivocamos.

El gélido discurso del implacable Máximo Recasens lo puso a Juan al borde del colapso. No esperaba recibir semejante cachetazo después de tantos años de esfuerzo. Se sintió defraudado. Incluso, mientras insultaba sin parar a Recasens, creyó que era víctima de una broma pesada. Pero no. Enseguida, cayó en la realidad. Se dio cuenta de que era la pura verdad. Y sintió ganas de vomitar. No pudo contenerse...

El impecable y costoso traje gris de Recasens se tiñó de color "café con leche con tres medialunas". Para darle un nombre que atraiga a los cazadores de tendencias, la ropa del jefe quedó color "desayuno de Jiménez". A Juan jamás se le pasó por la cabeza semejante desquite. La gastritis hizo todo el trabajo sucio. Y el gerente se convirtió en el hazmerreir de la oficina. Desde ese día, Recasens perdió el aura de autoridad. Tanto es así que poco tiempo después fue trasladado a otra dependencia. Juan no consiguió ningún beneficio. Apenas, el sabroso gusto de la venganza. No le alcanza para llegar a fin de mes, pero...

7/5/07

Licencia personal no poética (...)

El diccionario de la Real Academia Española asegura que "servir", entre varias acepciones, significa "estar al servicio de alguien" o bien "estar sujeto a alguien por cualquier motivo haciendo lo que él quiere o dispone". Yendo al caracú de la cuestión e intentando desentrañar la problemática de la jornada, el más grosso de los mataburros de la lengua que tan bien manejó Jorge Luis Borges dice que "servicio" es la "acción y efecto de servir".
¿A qué viene todo esto? La empresa de servicios que me provee de televisión por cable e internet dejó definitivamente de
"estar sujeta a mí por cualquier motivo haciendo lo que yo quiero o dispongo". Hace --exactamente-- todo lo contrario.
Sé que estoy lejos de realizar un descubrimiento revolucionario, pero horas atrás asumí que no funciona como servicio, pese a que nominalmente lo sigue siendo. En realidad, se trata de un vínculo de continua y profunda explotación. No sólo ofrece un producto cada vez peor, sino que toma decisiones unilaterales y poco serviciales con el único fin de llenar sus arcas y perjudicar sistemáticamente a sus clientes.
Un dato para completar la paradoja del servicio que no sirve: la empresa en cuestión forma parte del mismo holding para el que trabajo. Es decir, el imbécil (o sea yo) no sólo sangra por el cable...

3/5/07

El primer paso (...)

La oscuridad se robó todas las luces. No puedo ver. No puedo hacer nada. ¿Será tan difícil abrir los ojos? ¿Será tan complicado dejar de pensar en que todo es una mierda? ¿Será cierto que está todo destruido y que es imposible construir? ¿O estaré exagerando? Puede ser real que casi todo esté dado vuelta. Y también que la felicidad es casi tan utópica como la perfección. Pero no sirve de nada ser ciego por voluntad propia. No hay que esperar nada de nadie. Los favores cotizan muy alto. Se hace difícil pagarlos. Es hora de quitarse las vendas. No importa si las heridas aún no cicatrizaron. A lo lejos se intuye un resplandor. Sólo hay que dar el primer paso. Alcanza con un empujón para empezar.