24/12/09

No es sólo una utopía (...)

Tenía siete años. Tirado panza abajo en el piso de su pieza, el pibe leía y releía una vieja revista El Gráfico que hablaba de aquel legendario equipo de 1951, ése que terminó primero y que jugó dos desempates con Racing. Miraba una y otra vez la foto del zapatazo del Atómico Boyé y hacía fuerza para que la pelota no entrara. Pero no había caso. La historia no se podía modificar.

Enseguida, el pibe corría para lo de su abuela, que vivía a la vuelta de su casa. Ella, futbolera y compinche, le contaba con lujo de detalle todo lo que había pasado aquel 5 de diciembre. El barrio se había paralizado. Hubo asueto de medio día para que la gente pudiera ir al Gasómetro. Con todos los negocios cerrados, quienes no pudieron llegar hasta Boedo pegaron la oreja a la radio para saber qué pasaba con el equipo de Eliseo Mouriño y compañía. No había nadie en la calle. Tampoco hubo nadie ni nada para festejar. Y al nene se le ponían los ojos llorosos. La abuela Baba lo consolaba. Y le decía que era mejor. Que no se pusiera mal. Así él podría ser testigo del primer Banfield campeón.

El mucho no le creía. El acelerado paso del tiempo le daba la razón. El Taladro siempre andaba a los tumbos. O era en el Ascenso. O era en Primera, mirando casi siempre los promedios. La mano había cambiado un poco en los últimos tiempos. Pero faltaba la vuelta olímpica.

El chico ya es un hombre. Con barba y cansancio intrínseco, pero con la pasión intacta. Cada vez que va a la cancha, le explica como puede a Catalina, su pequeña hija, que él no juega a la pelota, que sólo mira el partido desde la tribuna. Ella se ríe y le regala toda su energía: "Que ganen los chicos de Banfield, papito". Y los chicos de Banfield, por suerte, le hacen caso. A ella y al todopoderoso Falcioni. Y el Taladro ya es campeón. Se acabó la maldición... La abuela Baba, al fin y al cabo, tenía razón.

Manuel, el hermanito de Cata, todavía es muy chiquito. Pero también precoz. En dos meses y medio logró lo que su padre esperó treinta y pico de años. Como Matías, Fidel y Felipe, otros enanitos verdes y blancos que no llegaron a los siete y saben desde ayer que dar una vuelta olímpica no es una hermosa utopía. Ya no hay que desear que Graneros vuele más alto en la foto y le ahogue el grito de gol a Boyé. Sólo hay que disfrutar... Y gozar.

*Publicado en La Razón 14/12/2009

1/12/09

Puesto (...)

No me da tiempo. No me da réditos, aunque no me puedo quejar, es cierto. Tengo todo. No tengo nada. No veo lo que quiero ver. Veo lo que me dejan. La vida me lleva puesto. Y yo no le digo nada. No le puedo seguir el ritmo. Me agota. Me fastidia. Ufff.
Dame un respiro. ¡Me escuchás! ¡Me entendés!