29/11/07

Otra sesión (...)

El sofá de cuerina que provee calor en invierno se convierte en una tortura extra en verano. La licenciada Estévez jamás da la cara. Sólo lo hace cuando González llega y se va. Los otros 49 minutos los pasa sentada en un sillón que está pegado al apoya brazos en el que se posan las cabezas de sus pacientes. Rubia y con anteojos, de curvas generosas y firmes, no parece haber pasado los 45 años. González no sabe casi nada de ella. También lo perturban otros sentimientos extraños.
-Veo que todavía no limpió el ventanal. ¿Acaso no le gusta que miremos el patio?
-Puede ser. Aunque también puede ser que se haya vuelto a ensuciar, ¿no? Mejor empecemos.
-El otro día estaba pensando en que no sé nada de usted... Y que usted está al tanto de todo lo que hago y casi todo lo que pienso.
-Y sí, es lógico. Yo soy la psicóloga y usted es mi paciente. De eso se trata.
-Lo que pasa es que hay veces que la veo triste. Y me gustaría saber qué es lo que le está pasando. Tal vez hay días que no tiene ganas de escuchar los problemas de un gil como yo. ¡Qué sé yo! Me lo podría decir y yo me voy.
-Ajá.
-¿Ajá? ¿Nada más? ¿No me va a decir nada al respecto?
-Yo no estoy acá para hablar. Además, ¿de dónde viene tanto interés por mí?
-Me parece que es una mujer inteligente, con mucho sentido del humor... Pero también me parece que por momentos no la pasa nada bien.
-González...
-No, espere. Déjeme hablar. O acaso no quería que hablara. Yo le dije que soy muy enamoradizo. Se lo advertí. Y usted me dio a entender que no tenía que callarme. El otro día me fui porque me sentí un pelotudo. Sólo pensaba en que quería tomarla de una mano y llevarla a esa banqueta que tiene en el patio, ahí entre el cerezo y el limonero. Quería que se me ocurriera alguna idea brillante para invitarla a ir a comer. O al cine. No me alcanza con verla 50 minutos por semana
-Me parece que esto no da para más. Lo voy a derivar con un colega. Además, ¿no le parece extraño invitar a salir a una persona que ni siquiera tutea?
-Uh. Entiendo. Otro rechazo más. No importa. Ya estoy acostumbrado. No sólo soy muy enamoradizo. También soy bastante pelotudo. Ahora no la voy a poder ver más.
González se incorporó, tomó su pequeño bolso y enfiló hacia el ventanal. Ahí, ante la cara de asombro y pavor de la doctora, abrió el morral y sacó un atomizador con un líquido celeste. Roció la parte sucia del vidrio y con un pliego de un diario hizo un bollo y lo pasó por encima del manchón.
-González...
-No me diga nada. Ya entendí todo. Le dejo esto. Le va a servir más que a mí.
-Espere un poco. Acá tiene el teléfono de mi colega. Es una eminencia.
-No me importa. Me parece que no tiene demasiado sentido seguir. Sin usted y sin el patio, creo que es hora de tomarme un descanso. Me voy a dar el alta. Ya no tengo ganas de hacer terapia... Además del limpiavidrios, le dejo mi tarjeta. Capaz, si lo piensa bien, acepta mi invitación.
-...
-Hasta luego. Yo sé que me va a llamar. Lo sé.

Condicional (...)

Si pudiera...
Si me dejaras...
Si te dijera...
Si me escucharas...
Todo en condicional.
Nunca pasa nada.

26/11/07

Sesión (...)

Charla de diván. Con la cabeza posada en un apoyabrazos de un sofá de tres cuerpos de cuerina. Con la mirada clavada en un manchón que empañaba la magnífica vista al patio que ofrecía la enorme puerta-ventana.
-¿Sabe una cosa?
-Dígame, González.
-Mi gran problema es que soy demasiado enamoradizo. Todos los días, cada minuto que pasa, me cautivo con algo diferente. Y no sólo con mujeres...
-Perdón, sabe que no suelo interrumpir. ¿También se enamora de hombres? Hace tres años que se analiza y no me había dicho nada al respecto. Pero me parece que estaba omitiendo algo importante...
-No, no, no. No se confunda. Cuando le dije "no sólo con mujeres" quise decir que también me enamoro de situaciones. ¿Me entiende?
-Intento.
-Bueno, le decía... el amor, generalmente, es pasajero. Dura segundos. Casi tanto como el desencanto. Sin embargo, algunas veces me quedo enganchado. Muy enganchado. Y me cuesta volver a poner los pies sobre la tierra. Y era mucho peor cuando era más joven. Me deslumbraba casi en forma constante. Si quiere, para no confundirla, le hablo de mujeres. Pero también tengo otros ejemplos para darle.
-Mejor sigamos con las chicas.
-No, nada... Si conozco una chica que me hace reír, que me divierte... Chau. Quedo tonto por un rato largo.
-Y entonces, ¿por qué sigue soltero?
-Ya no les digo nada. Me río, me acerco, pero jamás les confieso mi amor. Bah, lo hice un par de veces y me fue mal. Una vez... Uy, ya no me acuerdo cómo se llamaba... Bueno, eso no importa. Importa que me frenó en seco y tiró sin vacilar: "Me parece que estás equivocado". Era demasiado linda para mí. La otra también era hermosa. Pero en esa época estaba de novio y ella acababa de quedarse sola tras descubrir que había sido engañada. Y me dijo que no quería que mi chica pasara por lo mismo que estaba viviendo ella. Creo que fue una forma elegante de cortarme la cara. Al menos, fue un poco más diplomática. Ojo, yo tampoco tuve el coraje para decirle a Elena que no la admiraba tanto como a Cristina. Al final, Elena se fue con un compañero de trabajo. Y yo me quedé solo. Sin Elena. Y sin Cristina, que para entonces ya había conocido a otro pibe.
De repente, el hombre se quedó en silencio. La doctora no podía ver que su paciente estaba llorando.
-Siga, González, le quedan diez minutos de sesión.
-La verdad es que no tengo más ganas de hablar. Sólo una cosa. Trate de limpiar mejor el ventanal. El patio es demasiado lindo como para que no se lo pueda disfrutar. A mí me da mucha tranquilidad. Hasta el martes, doctora.

16/11/07

Cíclico (...)

La duda. La injusticia. El dolor. La muerte. La angustia. La incertidumbre. Las molestias. Los espasmos. La esperanza. La felicidad. Las inquisiciones. La bronca. El cansancio. El alivio. El agotamiento. Todo se termina. Todo se repite. Todo vuelve a empezar. Sólo hay dos maneras de olvidar. Sólo hay que pensar. Imaginar.

12/11/07

Malos entendidos (...)

Las palabras conducen siempre hacia algún lugar. Es irremediable. No importa el sentido que intente darle el autor. Sólo interesa el significado que le otorga el lector. Nada más. Nada menos. Un término de uso común es capaz de transformarse en un guiño involuntario. Aunque no exista la más mínima intención, puede funcionar como el disparador de una sonrisa. O de un abrazo. Pero también de un enojo fuerte. Incluso, puede llevar hasta el hartazgo. De ahí, los malos entendidos...

9/11/07

El corazón hecho un bollo (...)

-A ver. Siéntese, Romero. ¿Se hizo los estudios que le pedí?
-Sí, doctor. Acá los tiene. Otra cosa: no me diga Romero, me llamo Romiro.
-Romiro, ¿así está bien, amigo? Los sobres están cerrados. No los abrió... ¿No le dieron ganas de ver los resultados? -pregunta con algo de curiosidad Oscar Parrado, que es uno de los más veteranos médicos de planta del Hospital Británico.
-La verdad que no. Total, no entiendo nada. Y, además, no me va a quedar otra que hacer lo que usted me diga. ¿Para que voy a pasar una semana preocupándome por cosas que no dependen de mí? -responde con desgano el maltrecho Romiro.
-Tiene razón. Para qué se va hacer problemas antes de tiempo... A ver. Déjeme ver todo esto.
Javier Romiro tiene 35 años. Es periodista. Hace diez llegó de Azul para radicarse en la Capital Federal. Trabaja como redactor en un diario. Y desde hace unos meses comenzó a sentirse mal. Migrañas, acidez, náuseas. Los primeros síntomas de malestar se manifestaron casi al mismo tiempo que su novia decidió dejarlo. El todavía no sabe por qué se quedó solo. La chica es una periodista radial a la que conoció en la cobertura de la toma de rehenes en las oficinas del ferrocarril en Plaza Constitución. Y no le habló más desde aquella noche de sábado en que salieron a comer para después cumplir con la reglamentaria relación sexual semanal. El, angustiado y desolado, sólo siente molestias y dolores en su cuerpo. Por eso fue a ver a Parrado, médico clínico y especialista en gastroenterología. Una eminencia.
-¿Tengo algo malo? -La pregunta de Romiro interrumpió los dos minutos de silencio total y el tsunami de gestos del hombre del delantal blanco.
-¿Algo malo? Mmmmmm. No. En realidad, lo que usted tiene es algo raro. Los estudios revelan fallas graves en el sistema cardiovascular. ¿Del laboratorio no le dijeron que venga enseguida a verme?
-Sí, me lo dijeron. Incluso, me pidieron el número de su teléfono. Pero yo estaba muy ocupado intentando arreglar algunas cuestiones personales con mi novia... Bah, en realidad, con mi ex novia. Pero eso no viene al caso. Dígame qué tengo, por favor.
-A ver, para que lo entienda, las estadísticas dirían que sólo un hombre entre cinco mil millones está vivo con todos estos trastornos. Y ese hombre es usted.
La cara de Romiro se convirtió en una postal de la incredulidad. No entendía una jota de lo que le estaba diciendo el médico.
-Usted, doctor, me quiere decir que yo debería estar muerto en este instante.
-Algo así... Pero esta vivo. No vaya a pensar que soy el pibe de Sexto sentido... No veo gente muerta... Ja, ja, ja. La vio, ¡está muy buena!
-¿De qué se ríe? Me acaba de decir que tengo un problema gravísimo y enseguida se pone a hablar de cine. No lo entiendo. No entiendo nada. Por favor, dígame qué tengo...
-Todos los estudios que se hizo revelan que su corazón está vacío. Late, bombea, pero no tiene sangre. Es un milagro que esté vivo. Su corazón ahora tiene la forma de un bollo de papel. Le pido por favor que se quede acá que voy a llenar la orden de internación. Usted está en riesgo de muerte.
-Le juro que no entiendo nada. Si apenas siento dolor de cabeza y un poco de acidez.
-Yo tampoco entiendo nada. Sólo le pido que me haga caso. ¿Le avisamos a alguien?
-¿A quién? Si lo que queda de mi familia vive en Azul. No... Mejor déjelos tranquilos, Parrado.
-¿A su novia, tampoco?
-No, si no me habla más.
-Pero necesitamos la autorización de alguien. ¿Un amigo? ¿Al menos un compañero de trabajo?
-Nada.
-¿Nada de nada? Es muy raro. Pero ahora que lo pienso empiezo a entender todo. Usted no está muerto, pero le pega en el palo. ¿Cómo es posible que no se hable con nadie? Perdón que se lo diga: es un muerto vivo, como el de las películas...
-Lo que pasa --interrumpió Romiro antes de otro chiste malo y cinéfilo-- es que a mí me gusta escribir. Hace tiempo que no se me ocurren ideas. Desde entonces, dejé de hablar con el resto del mundo. Y mi novia se cansó. Lo único que hago es llenar el horóscopo en el diario. Allá dicen que estoy medio loco. Y después nada más. Todo lo que escribo lo tiro. No paro de hacer bollos de papel.
-Como su corazón -grita exaltado Parrado, saltando de su cómoda silla, como si hubiera descubierto una vacuna contra la muerte.
-Sí, doctor, como mi corazón.

1/11/07

Castigo (...)

Dicen por ahí que hacen falta castigos ejemplares. Lo que llaman mano dura. Pero, la verdad, yo no estoy tan convencido de que sirva de algo... El que lo sufrió en carne propia fue el pobre Joaquín. Lo que le sucedió fue un colmo de la severidad. Lo confinaron a las sombras sin haber cometido crimen alguno. Todo por haberse enamorado de una chica muy bonita. Ella, Ernestina, siempre se resistió a sus embates. Tenía sus buenas razones para decirle que no. Una conducta a prueba de balas. Casi tan ejemplar como los castigos que propulsan por ahí. Pero él, perdido en la irracionalidad, jamás lo entendió. En realidad, para ser sinceros, nunca sucedió demasiado entre ellos. Su amor apenas transgredió los límites de la oralidad. Joaquín, en plena efervescencia, fue víctima de sus dudas y jamás se atrevió a romper el hielo. Hasta que llegó aquella tarde fatídica que marcó el final. Sólo quiso mirar un poco más allá. Cansado de su cobardía, intentó bajarle un bretel con la imaginación. Ella, que lo conocía como pocos, descubrió su jugada poco inocente. Después del cachetazo no vio nada más. Desde entonces, todo es oscuridad.

A un costado (...)

En la nada, con la abundancia de la imaginación como parte indeleble del pasado, el hombre se toma tiempo para pensar. Cierra los ojos y una imagen se repite. Lo persigue. Lo tortura. Abre los ojos y la situación se corporiza. No puede evitarlo. Se le escapa una sonrisa moderada. Recuerda, sin quererlo, algunos instantes de plenitud. Se extendían por quince o veinte minutos. Nada más. A uno de sus lados, siempre encontraba algo parecido a una salida. Tal vez, simplemente, se trataba de un escape ficticio. Pura evasión. Pura fantasía.