26/11/07

Sesión (...)

Charla de diván. Con la cabeza posada en un apoyabrazos de un sofá de tres cuerpos de cuerina. Con la mirada clavada en un manchón que empañaba la magnífica vista al patio que ofrecía la enorme puerta-ventana.
-¿Sabe una cosa?
-Dígame, González.
-Mi gran problema es que soy demasiado enamoradizo. Todos los días, cada minuto que pasa, me cautivo con algo diferente. Y no sólo con mujeres...
-Perdón, sabe que no suelo interrumpir. ¿También se enamora de hombres? Hace tres años que se analiza y no me había dicho nada al respecto. Pero me parece que estaba omitiendo algo importante...
-No, no, no. No se confunda. Cuando le dije "no sólo con mujeres" quise decir que también me enamoro de situaciones. ¿Me entiende?
-Intento.
-Bueno, le decía... el amor, generalmente, es pasajero. Dura segundos. Casi tanto como el desencanto. Sin embargo, algunas veces me quedo enganchado. Muy enganchado. Y me cuesta volver a poner los pies sobre la tierra. Y era mucho peor cuando era más joven. Me deslumbraba casi en forma constante. Si quiere, para no confundirla, le hablo de mujeres. Pero también tengo otros ejemplos para darle.
-Mejor sigamos con las chicas.
-No, nada... Si conozco una chica que me hace reír, que me divierte... Chau. Quedo tonto por un rato largo.
-Y entonces, ¿por qué sigue soltero?
-Ya no les digo nada. Me río, me acerco, pero jamás les confieso mi amor. Bah, lo hice un par de veces y me fue mal. Una vez... Uy, ya no me acuerdo cómo se llamaba... Bueno, eso no importa. Importa que me frenó en seco y tiró sin vacilar: "Me parece que estás equivocado". Era demasiado linda para mí. La otra también era hermosa. Pero en esa época estaba de novio y ella acababa de quedarse sola tras descubrir que había sido engañada. Y me dijo que no quería que mi chica pasara por lo mismo que estaba viviendo ella. Creo que fue una forma elegante de cortarme la cara. Al menos, fue un poco más diplomática. Ojo, yo tampoco tuve el coraje para decirle a Elena que no la admiraba tanto como a Cristina. Al final, Elena se fue con un compañero de trabajo. Y yo me quedé solo. Sin Elena. Y sin Cristina, que para entonces ya había conocido a otro pibe.
De repente, el hombre se quedó en silencio. La doctora no podía ver que su paciente estaba llorando.
-Siga, González, le quedan diez minutos de sesión.
-La verdad es que no tengo más ganas de hablar. Sólo una cosa. Trate de limpiar mejor el ventanal. El patio es demasiado lindo como para que no se lo pueda disfrutar. A mí me da mucha tranquilidad. Hasta el martes, doctora.

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