12/11/09

Fuerte (...)

Tenía ganas de gritar. Y lo hizo. Fuerte. Rompió el silencio por cinco segundos. Los demás se sorprendieron. Lo miraron. Con sorpresa. Sin decir nada. Ninguno lo entendió. Nadie. Como siempre. Pero no importaba. Nada. Y todo siguió igual. Para todos. Menos para él.

11/11/09

Callado (...)

Ahí, en la mesa chica. Sentado, con cara de nada, con ganas de levantarme y pegar un violento portazo que los dejaría con sus bocas llenas de palabras que siempre forman oraciones previsibles. Porque no quiero escucharlos. Pero no me muevo. No soy tan guapo. Tengo la tácita urgencia de advertirles que no cuenten conmigo. Pero, tembloroso, no puedo modular. Apenas soy capaz de ofrecerles silencio. Es lo único que tengo para decir. No decir. Y, callado, no tengo otra alternativa que jugar a su patético juego. Aunque sea un juego que no deseo jugar. No es excusa. Lo sé.

Luces (...)

Sonrisas, ilusiones. Son faros. Señales que inequívocamente hacen explícita la obligación de seguir el camino. El resto, los alrededores, pura oscuridad que redunda en cansancio y hartazgo. Por suerte, las luces no se apagan.

7/11/09

Llantos (...)

El televisor está encendido. A media voz, el fútbol se juega en continuado. Un bebé se duerme y se despierta en su carrito. Se despierta y se duerme. Su hermana y su melena enrulada exigen atención. Grita, se acerca, pide agua, derrama el vaso sobre una mesa, vuelve a gritar porque no quiere mojarse. El bebé se despierta, se queja, llora. El perro ladra. La hermana llora. El televisor sigue encendido. Un jugador pega una patada. Lo expulsan. También llora.

5/11/09

Adentro (...)

Alcanza con salir. Sólo hay que cruzar una puerta y escuchar un pitido para recuperar la respiración normal. Para que los dolores se tomen un bienvenido descanso. Para pensar y replantearse. ¿Es necesario estar ahí adentro?