29/4/07

Poesía vertical 24 (Roberto Juarroz)

Darlo todo por perdido.
Allí comienza lo abierto.

Entonces cualquier paso
puede ser el primero.
O cualquier gesto logra
sumar todos los gestos.

Darlo todo por perdido.
Dejar que se abran solas
las puertas que faltan.

O mejor:
dejar que no se abran.

Envíos (Jorge Boccanera)

Todo lo que se da llega a destiempo.
No existe otra manera.
Entre el ojo y la mano hay un abismo.
Entre el quiero y el puedo hay un ahogado.
Un país que asoma su cabeza deforme en una
carta,
y va a darse a destiempo, nada es lo que
esperabas.
Y lo que llega envuelto en papel de regalo se irá
sucio de odio.

Bailamos entre los escombros de una cita.
Dibujamos una taza de café en el desierto.
Vivimos de sumar y de restar:
lo que te da el amor, lo que te quita el miedo.
Al final nos entregan los huesos de un perfume.
Aún así persistimos.

En alguna montaña vive un pez resbaloso.
Entre números rotos se desliza una estrella.

26/4/07

El regalo (...)

-¿Qué querés para tu cumple? –pregunta Fernando.
El hombre, harto de ver caras de orto cada vez que hace un regalo, eligió el camino más sencillo: preguntar. Quería ponerle punto final a uno de los karmas que tiene su matrimonio con Cecilia. Deseaba que ella se sienta a gusto con el obsequio. Además, yendo al fondo de la cuestión, intentaba ahorrarse el mal trago de ir al shopping, esta vez acompañado, para hacer el obligado cambio.
-Ay, gordo… Sabés que a mí me gustan las sorpresas. Así no tiene nada de gracia –responde Cecilia con una buena dosis de hipocresía-. Vos tenés que darte cuenta solito. Sos un tipo inteligente… Además, hace diez años que estamos casados. ¿No conocés mis gustos? Dale, sorprendeme...
-Hacela fácil, flaca. Te lo digo en serio. Si no te doy la plata y listo… Vos sabés bien que nunca la pego. Tenés un pero para cada uno de mis regalos… Hablando mal y pronto, no hay poronga que te venga bien. Dale, no seas tonta: te estoy dando la oportunidad de elegir. Aprovechala. Ojalá yo tuviera esa chance…
El diálogo se pone un poco tirante. Parece que todo va a terminar a los gritos. Los gestos de Cecilia lo dicen casi todo…
-¡Qué poco sentido del romanticismo! Además, ahora me vengo a enterar de que no te gustan mis regalos. ¿Por qué me decís eso?
-Dale, no des más vueltas… Decime ya qué es lo que necesitás y yo voy y te lo compro -se pone firme Fernando.
-Mmmmmm. No sé. Esto no me gusta demasiado... Aunque parece que no me das opción. La verdad es que me hacen falta botas… Las marrones están todas rotas. Y las negras también. Pero…
-¡Pero qué, Ceci!
-En realidad, me gustaría otra cosa…
-¿Otra cosa? Decime que te la compro. Y si querés también voy y te compro las botas… Aprovechá que estoy bueno y, sobre todo, que tengo algo de plata guardada.
-¿Estás seguro? -a Cecilia se le enciende la lamparita. Sabe que está ante una oportunidad única y parece dispuesta a aprovecharla.
-Segurísimo. Pedime lo que quieras –se resigna Fernando.
-Bueno… Pero podés darme la plata y yo me lo consigo. No hay problema.
-¿En qué quedamos? Eras vos la que hablaba de la sorpresa y del romanticismo… ¿Cuánto querés? –se entusiasma Fernando, saboreando la posibilidad de evitarse el disgusto de entrar a un shopping para hacer las compras.
-Ay, me da un poco de cosita…
-Dale, flaca, decime –vuelve a interrumpir Fernando.
-750 pesos.
-¿Cómo? ¡750 pesos! ¿Te vas a comprar la zapatería entera?
-En realidad, las botas cuestan 200 pesos. Vos sabés que no me puedo comprar unas botas baratas. Viste cómo las uso… -se justifica Cecilia.
-Sí, sí… Está bien. ¿Y el resto?
-El resto es para contratar un stripper.
-¿Contratar un qué? ¿Dijiste un stripper? ¿Escuché bien?
-Sí, un stripper. Igual, no importa. Si no te alcanza la plata, dame lo que puedas y yo…
-¿Para qué querés un stripper? ¿Es para vos?
Fernando quedó al borde del nocaut. No esperaba semejante respuesta de Cecilia, su Cecilia, a quien creía conocer como la palma de su mano. De hecho, estaba convencido de que ella se sentía satisfecha con la sexualidad en la pareja.
-Obvio, ¿quién cumple años? ¿Vos? ¿El perro?
-Qué se yo. Tal vez lo querías para regalárselo a Claudia, que sigue sin encontrar novio… Pero me estoy yendo al carajo. ¿Para qué querés vos un stripper?
-Diste en el blanco. Claudia, justamente, me recomendó uno. Me contó que la pasó bárbaro, que se cagó de risa… Y me picó el bichito de la curiosidad ¿Está mal? ¿Quiero que me haga un show? ¿O acaso vos no te quedás mirando el canal porno todas las noches que podés? –contraataca Cecilia.
-Sí… Pero es distinto. Yo no te pido plata para ir a garcharme una trola.
-Pero vas igual… ¿O vos pensás que yo me creo eso de las sobremesas largas cada vez que te juntás con tus amigos? ¿Por qué vos podés y yo no? Además, el show vale 550 pesos. Después, si me dan ganas de consumir algo extra, corre por mi cuenta… Yo no te estoy pidiendo plata para irme a la cama con un chongo. Sólo quiero ver algo diferente.
-Me dejás mudo... No me esperaba esto.
-¿En qué quedamos? Vos la empezaste... ¡Viste que era más fácil ir al shopping y comprarme un pantalón!

Lionel Messi, autor del Quijote (Juan Sasturain)*


Cuando Jorge Luis Borges en 1944 publicó Ficciones, acaso el mejor libro de cuentos de la lengua castellana, incluyó un texto barroco, irónico y sin duda extraordinario que le había dedicado a Silvina Ocampo cinco años antes: Pierre Menard, autor del Quijote. Pocos relatos borgeanos han sido objeto de exégesis más finas y ninguno plantea con mayor sutileza una cuestión tan insólita como deslumbrante. El narrador, que es un pedantísimo confidente epistolar del desaparecido Menard –simbolista tardío, amigo de Valéry, autor de una obra breve y fragmentaria y de un intento desmesurado–, hace el relato y la detallada descripción de la inconcebible empresa que se llevó los máximos esfuerzos y los parciales logros del malogrado poeta de Nimes: escribir El Quijote. (Sigue aquí)

23/4/07

Jugale al 31 (...)

El recuerdo es recurrente. A medida que se acerca mi cumpleaños, vuelvo sistemáticamente a la tarde del sábado 28 de abril de 1984, minutos antes de que mis compañeros de la primaria llegaran a casa para una aburrida fiesta infantil --¿qué otra cosa podían esperar?--. Cuatro días antes había cumplido ocho. Estaba en el jardín de la casa de mis viejos observando mi reflejo en el tanque de agua que funcionaba como pecera. El falso estanque, enterrado a la salida del patio, me devolvió la imagen de un hombre barbado. Calculé que era mi futuro yo y enseguida elucubré qué sería de mi vida. Obviamente, proyecté algo muy disímil a la realidad. Le di rienda suelta a las ambiciones y tracé un bosquejo de una vida diferente, propia de un elegido y repleta de aventuras legendarias con futuro asegurado de enciclopedia. Ojo, no hay disconformidad en estas líneas. Cada uno tiene la vida que puede llevar adelante. Elige y acierta. Decide y se equivoca. Lo hace a diario. Y es muy complicado dar en el blanco todo el tiempo. En este caso, a horas de llegar a los 31, no hay mucho espacio para el reproche. Sólo haber perdido la inocencia sin dejar de ser ingenuo.

20/4/07

Varios consejos (Ernest Hemingway)

  • Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un inglés vigoroso. Sé positivo, no negativo.
  • La jerga que adoptes debe ser reciente, de lo contrario no sirve.
  • Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como "espléndido, grande, magnífico, suntuoso".
  • Nadie que tenga un cierto ingenio, que sienta y escriba con sinceridad acerca de las cosas que desea decir, puede escribir mal si se atiene a estas reglas.
  • Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo, múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis, nada, o realiza alguna labor que te atonte sólo para mantener tu intestino en movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir.
  • Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse sólo una vez terminadas sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económico-religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus creencias...
  • A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible escribirlos.
  • Un escritor, si sirve para algo, no describe. Inventa o construye a partir del conocimiento personal o impersonal.

Decálogo del perfecto cuentista (Horacio Quiroga)

  1. Cree en un maestro -Poe, Maupassant, Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
  2. Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
  3. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.
  4. Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
  5. No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
  6. Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.
  7. No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.
  8. Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
  9. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
  10. No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

Una salida (...)

Ella estaba hermosa, perfumada, con el pelo aún mojado... Salió de su casa, sonrió y la media hora de espera quedó totalmente justificada. Se subió al auto y me dio un movilizador beso entre la mejilla y la comisura del labio. No la veía hacía años. Pero me había enterado de que vivía sola y decidí llamarla. Los dos parecíamos dispuestos a recrear buenos recuerdos. No había grandes expectativas. Simplemente, el acuerdo tácito de hacerle frente a la soledad compartida. Yo estaba ansioso. Ella, nerviosa. Parecíamos dos adolescentes. Fuimos a comer. Hablamos y hablamos. Fue una noche fantástica. Fue la primera salida. También la última. No puedo olvidarla. Ella estaba hermosa, perfumada, con el pelo aún mojado...

17/4/07

Número redondo II (...)

Como decía un par de entradas atrás, la mayoría de los visitantes que llegan a este blog lo hacen por error o por impericia a la hora de utilizar los buscadores de internet. A continuación, gracias a las bondades de Statcounter, les detallo una lista con los curiosos requerimientos de muchos de los visitantes eventuales...
  • "cómo empezar un bar"
  • "alcohol aturde noche duermo"
  • "cómo hacer un acróstico con el nombre de Rodolfo"
  • "ser pelado"
  • "chica llorando, escribiendo"
  • "quien dijo nada se muere en la víspera"
  • "quiero un bar en la playa"
  • "a qué playa puedo ir con un amigo 3 meses"
  • "me quiero ir a la mierda"
  • "para gustavo de nudos el pelotas"
  • "cuentos de porongas grandes"
Las visitas, casi con seguridad, no duraron más de dos segundos. Ojalá alguno se haya quedado para curiosear un poco. Sin embargo, lo más probable es que se hayan ido del blog con una decepción enorme... Sobre todo el amigo/a que buscaba porongas grandes. Eso, lamentablemente, no se consigue por acá.

16/4/07

Por morfón (...)

Te vi venir. Eras mía. Como vulgarmente dicen, un regalo del cielo. Venías sola. Y yo también estaba solo. Una oportunidad única, de ésas que hay que aprovechar, que no hay que dejar pasar. Por una cuestión de orgullo, vieron. Por eso, en menos de un segundo, traté de hacer cálculos geométricos y de física elemental. No me acordaba casi nada de lo poco que había aprendido en la primaria y en la secundaria. Es muy loco, ¿no? Uno pasa doce años o más escuchando y leyendo cosas que, al fin y al cabo, no hacen a la esencia de uno. Y, encima, cuando más lo necesita, no logra recordar nada. Además, de qué sirven las leyes de Newton a la hora de pegarle de lleno a la pelota…

Aunque ustedes no lo crean, yo pensé todo eso desde que me di cuenta de que el pelotazo de Darío venía hacia mi empeine derecho. ¿Cuánto tiempo pasó en el reloj? Dos segundos, tres segundos... ¡Qué sé yo! Lo más triste es que mi cabeza no dejaba de maquinar. Es increíble, pero en ese lapso minúsculo, también me desayuné con otra buena noticia. El pibe ese, el de la vieja camiseta suplente de Independiente con la propaganda de Ades, el tipo que no me había dejado tocar la bocha desde el arranque del partido, no estaba. Eso sí, no me pregunten dónde estaba porque no tenía ni la más mínima idea. Y todavía el pelotazo, ese sablazo preciso que me había mandado Darío desde lejos, no había llegado...

Retrocedo en el tiempo y parece cómico. Ni yo, que lo viví en carne propia, lo puedo creer. Hasta había elegido el palo más lejano de ese arquero improvisado. Creo que no era necesario pensar demasiado en eso. El pibe que estaba al arco no había dado demasiadas señales de seguridad. Un par de salidas en falso y otros tantos manotazos al aire habían sido sus tristes cartas de presentación desde que se alojó debajo de los tres palos. Eso sí. Estaba invicto. Pero no por mérito propio. Era una simple cuestión de fortuna. Y, sobre todo, por la mala puntería de mi equipo.

Bah, en realidad, yo era el principal responsable de su noche tranquila. Había arrancado bien. Una serie de toques precisos y un remate desde lejos que pasó cerca del palo izquierdo. Pero el pibe que me marcaba me tomó los tiempos enseguida y se hacía un picnic cada vez que trataba de encararlo.

Y eso no era todo. Había otro enemigo más allá de mis propias limitaciones. La empanada de carne picante que me había comido antes de salir para la cancha se puso, de golpe, en mi contra. Había dejado de ser mi mejor aliada para saciar el hambre. Se había convertido en otro stopper, aunque invisible. ¡Una acidez me agarró! ¡Mamita! Daba la vida por un vaso de leche, por una pastillita masticable, ésa que me daba mi viejo cuando me pasaba de rosca los sábados a la noche. Por eso, si a la efectividad de mi marcador le sumamos mi torpeza y el ardor que invadía mi esófago... Todo parecía indicar que no sería el mejor partido de mi historial.

Sin embargo, la vida siempre tiene una sorpresa a mano. Parece mentira, pero es así nomás. Si no pregúntenle a Martín Salas. Ese tipo sí que tiene suerte. ¿Se acuerdan? El tipo estaba en la lona y se encontró cuatrocientos mangos en la calle. A mí nunca me va a pasar eso. A lo sumo puedo llegar a ser el pobre infeliz que hace semejante donación para algún cristiano afortunado… Bueno, con esa guita, Martín se compró la camiseta nueva de Boca, ésa que es horrible. Y con los 300 pesos restantes, jugó a la quiniela. Y, ya lo imaginan, el muy hijo de puta ganó. Así, poco a poco, se hizo la casita que tiene en Santa Marta. Y cambió de racha. Salió de la mala. Consiguió laburo y una mina infernal le dio bolilla. El tema es que ésa es una buena prueba de que la vida siempre te da revancha. En definitiva, volviendo a lo nuestro, aquel pelotazo de Darío que viajaba por la noche de Lomas, con mi pie derecho como destino exclusivo, era la señal divina que necesitaba para darme cuenta de algo trascendental. Ese iba a ser un día fuera de lo común. Mi rutinaria vida esta lista para un cambio de rumbo. Y todo podía empezar en una canchita de fútbol.

La bocha, por fin, llegó a mi pie. Jamás se me cruzó por la cabeza la idea de pararla. Mirá si me rebota y se va a la mierda. Ni loco hacía eso. Eso era una blasfemia que atenta los dogmas de cualquier goleador de barrio. Entonces, sin quitarle la vista, sin distraerme en boludeces, como suele pasarme, mi empeine derecho fue al encuentro con la pelota. No es nada simple. Si bien es una cuestión instintiva, hay que saber hacerlo. Calcular mal, por más que sea una cuestión de décimas de segundo, puede traducirse en un remate desviado, en uno más de los tantos que se pierden por ahí, entre la indiferencia de los compañeros y la burla de los rivales. Por eso, me empeñé en hacer bien las cosas. Un pelotazo tan lindo, como el de Darío, no merecía menos. Y, afortunadamente, le entré como había imaginado durante esos dos o tres segundos que se parecieron a la eternidad. Ustedes, que seguramente jugaron alguna vez a la pelota, saben bien de qué les hablo. Cuando uno ensaya una volea --ya sea a pie firme, de tijera o de chilena--, la sensación de pegarle de lleno es única. El protagonista de la escena siente, por una fracción mínima, que es el muchachito de la película. Siente que esa pelota fue hecha especialmente para su pie. Por un instante, la pelota es una parte más del cuerpo. Algo glorioso, cuasi orgásmico.

Imagino que ustedes estarán preguntándose qué pasó ¿A dónde fue? ¿Al ángulo? Espero que me hayan seguido con atención, por que si no les interesó la historia, calculo, no estarían por aquí. Bueno. A la pelota le entré como los dioses. Pero no fue al lugar preseleccionado, obvio. A mí nunca me salen bien las cosas. Así es la vida de los perdedores empedernidos. No queda otra que acostumbrarse. Fue, sin escalas, hacia el otro ángulo. Pegó justo en la soldadura que une el palo y el travesaño. No infló la red. Ni ahí. La pelota se estrelló en la estructura metálica y salió disparada hacia el centro de la cancha. Después no sé qué me pasó. Me derrumbé en el piso y desparramé mi amorfa figura sobre la tierra. Sentí un retortijón que fue tomando forma de puñalada. Y quede muerto.

Mis amigos se reían. Se burlaban. Pero yo no podía moverme. “Dale, gordo. Mirá que vamos a llamar a una ambulancia”, se mofaba Miguel desde el arco sin saber que yo no estaba fingiendo. Sólo el paso de los segundos despertó una alarma entre mis compañeros. Yo no era de hacerme el actor. No tuvieron otra que parar el partido, llamar a la emergencia y acompañarme al hospital...

Yo no lo sabía. La amargura que me generó perderme ese gol y la acidez causada por esa maldita empanada de carne picante fueron una combinación letal para mi tracto digestivo. Si a eso le sumamos los disgustos habituales de la vida. ¡Mamita! Fue una especie de sandía y vino futbolera que me depositó en un quirófano. Tenía una úlcera galopante que me perforó la pared de no sé qué carajo. Y no hubo otra alternativa que faenar al gordo. Una operación que duró unas cuantas horas y que tuvo en vilo a la familia, a los amigos y a los conocidos. Pero, por suerte, los médicos se las ingeniaron para sacarme del apuro. ¿El recuerdo? Una desagradable cicatriz que cruza mi panza de punta a punta y que será una marca indeleble hasta el día en que me muera. ¡Me pusieron 18 puntos! ¡Parecía un matambre! ¿La consecuencia? “Seis meses sin realizar esfuerzos ni actividad física”, tiró sin anestesia el cirujano. Eso se tradujo en medio año sin jugar a la pelota. Uffff.

Mañana, después de seis meses y un día, regreso a las canchas. Anoche soñé que Darío me tiraba un pelotazo idéntico al de aquella noche inolvidable. Y que le entraba de lleno con el empeine derecho. Y que iba directo hacia el ángulo elegido. Y que era gol. Era simplemente un sueño. Pero capaz se da. ¡Qué mejor manera de volver! Eso sí, por las dudas, no pienso comer nada. ¡Ayunas viejo, ayunas!


Número redondo (...)

El pasado 10 de enero, por sugerencia del amigo y precursor Lord Henry, el blogger de los puntos suspensivos decidió contar cuánta gente ingresaba a su modesto espacio con txts propios y joyas literarias ajenas. Al cabo de 16 semanas de control, ... se sorprende al comprobar que su blog ya superó las cinco mil visitas, con un promedio de 77 ingresos diarios en la última semana. Vale aclarar, nobleza obliga, que muchos, digamos la mayoría, llegan a este espacio por casualidad, por error o por impericia a la hora de explorar en los buscadores de internet. Sin embargo, unos cuantos lunáticos parecen ser cultores (o curiosos) de la prosa amorfa y poco lucida del autor y se dan una vuelta a diario para ver las actualizaciones en este blog. A ellos, muchas gracias.

14/4/07

El oficio del autor (Rabindranath Tagore)

Me dices que papá escribe muchos libros, pero no entiendo nada de lo que escribe.
Se pasó toda la noche leyendo para ti, ¿pero has podido descubrir realmente el significado de todo aquello? ¡Tú sí, madre; tú sí que sabes contar bonitas historias! No entiendo por qué papá no puede escribir cuentos como los tuyos.
¿Es que su madre nunca le contó historias de gigantes, hadas y princesas? ¿O tal vez las ha olvidado?
A menudo se retrasa para ir a su baño, y tienes que llamarlo cien veces.
Tú lo esperas, le conservas los platos calientes, pero él sigue escribiendo y lo olvida todo.
Papá sólo sabe jugar a escribir libros.
Si alguna vez me voy a jugar en el cuarto de papá, vienes en seguida a buscarme y dices que soy malo.
Si hago un poco de ruido, me riñes: ‘¿No ves que papá está trabajando?’ ¿Por qué le gustará tanto escribir, escribir siempre?
Cuando cojo la pluma o el lápiz de papá y escribo en su cuaderno a b c d e f g h i exactamente como él, ¿por qué te enfadas conmigo, madre? Pero nunca protestas cuando es papá quien escribe.
Ni te importa que papá malgaste tanto papel.
Pero si yo cojo una sola hoja para hacerme un barco, me gritas en seguida: ‘¡Hijo mío, qué pesado eres!’ ¿Por qué no riñes a papá, que estropea hojas y más hojas, llenándolas de letras negras por los dos lados?

13/4/07

Explosión (...)

No hay pistas. Sólo la secreta evidencia de dos corazones partidos. Hay amores correspondidos que no corresponden. Para infortunio de los morbosos, no hay sangre desperdigada por ahí. Apenas se ven restos de sueños indecentes y de aventuras inconclusas. También se ven caricias apócrifas que nunca llegaron a ser caricias y besos reprimidos que jamás tuvieron la valentía de ser besos. Los dos corazones se rompieron en mil pedazos. No se sabe cómo, cuándo ni por qué. Simplemente, estallaron.

11/4/07

Imperdible

**

Bajo el lema, "Fontanarrosa con F de fútbol" casi 200 artistas de todo el mundo le rinden tributo a Roberto Fontanarrosa en un blog con dibujos que lo tienen a él como protagonista. De la original propuesta ya participaron Sábat, Sendra, Liniers y Nik, entre otros. Y dibujantes de Brasil, España, Rumania y Alemania.*

De yapa, les entrego otros dos desaforismos de Ernesto Esteban Echenique***:

"Para el Sabio no existe la riqueza. Para el Virtuoso no existe el poder. Y para el Poderoso no existen ni el Sabio ni el Virtuoso".
"Una palabra puede herir. Pero un martillazo es feroz".

*Extraído de Klarin.com
**


La ilustración forma parte del blog mencionado. Es el homenaje de Karka (Joseba Berronado Arbelaiz), de España.
*** EEE=Roberto Fontanarrosa.


10/4/07

Un bar en la playa (...)

-No puedo más, viejo. No aguanto más.
Gustavo tenía un nudo en la garganta desde hacía meses. Nadie sabía de su problema hasta que tomó la decisión de buscar un cómplice. El elegido fue Fernando. ¿Quién otro podía ser? Son amigos desde chicos. Se conocieron en el club del barrio. La primera vez que hablaron fue mientras aguardaban que sus padres los pasaran a buscar después de una práctica de papi fútbol. Hasta esa nochecita de otoño casi ni habían cruzado palabras. Al otro día de aquella espera conjunta, Fernando fue a jugar a la casa de Gustavo. Desde entonces son inseparables.
Claro, ya no viven más a dos cuadras de distancia. Gustavo se quedó en Llavallol, está casado con Alejandra y tiene dos hijos. Fernando se mudó a Caballito y vive desde hace trece años con Mariana. Se ven poco. Pero siguen siendo incondicionales. Del otro lado del teléfono, la voz de Gustavo sonó desesperada.
-¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Dónde estás? –pregunta Fernando, alertado por el malestar de su viejo compinche.
-Estoy en la puerta de tu edificio. ¿Estás ahí? ¿Puedo subir?
-No. Pero aguantame que estoy llegando en diez minutos. Andá al bar de la esquina, allá donde nos juntamos la otra vez con Ezequiel y Jorge.
Gustavo respira aliviado. Sabe que su amigo le dará una mano.
-¿Qué hacés? ¿Qué te pasa? ¿Esta no será otra de tus jodas? –tira Fernando con ritmo frenético y casi sin respirar, mientras alza la vista y llama al mozo-. Traiga una cervecita. ¿Una Heineken, te parece? Y algo para picar, eh. Ahora sí, contame.
-La historia es simple. Me quiero ir...
-¿Cómo? No entiendo.
-Me quiero ir. Me cansé de todo. Ya lo pensé bien. Suena un poco desalmado, pero ya no quiero saber nada con Alejandra. Los pibes ya están grandes y se dieron cuenta de que soy medio pelotudo. Y estoy cansado de ir todos los días a la oficina y sentarme frente a la computadora... No da para más. Siento que hace 25 años, desde que entré a esa maldita empresa, dejé de ser yo.
El mozo llega con la cerveza y con una picada improvisada. Cuatro aceitunas, un par de rollitos de jamón y queso y unos maníes.
-Es lo único que me queda –se excusa el veterano camarero.
-Está bien. Menos mal que soy cliente... Vaya tranquilo –responde indignado Fernando y enseguida encara a Gustavo-. Perdoná... ¿Lo hablaste con Ale?
-No. Bah, lo intenté... Pero vos sabés cómo es ella. Va a querer asumir la responsabilidad de todo. Y no es así. La culpa es mía. Yo soy el que fracasó. Yo soy el que armó una vida que no quería. Ella, en cambio, está feliz. Me parece, incluso, que le estoy cagando la vida con mi constante disconformismo. No puedo seguir fingiendo... No aguanto más.
-¿Vos te estás garchando otra mina? Eso es lo que te pasa, boludo...
-Te juro que no. Ya te lo habría contado...
-Dale... Si la última vez que te vi me contaste que habías salido con la secretaria del gerente de tu empresa. Seguro que esa pendeja te voló la cabeza...
-Sí, pero no pasó nada. Era una calienta porongas. Y, además, no tardó ni una semana en darse cuenta de que soy un infeliz. Ahora apenas me saluda.
-¿Entonces? ¿Qué vas a hacer? -Fernando está desconcertado. Su amigo, el que conocía de memoria y al que entendía con sólo una mirada, fundió bielas.
-Ya tengo todo decidido. Me voy a la mierda.
-¿Y no hay vuelta atrás?
Gustavo mueve la cabeza de un lado a otro haciendo un no rotundo...
-Ni ahí. Se acabó. Tengo todo planificado. Y no voy a dejar a Ale y a los chicos en banda. Te cuento: desde que empecé a trabajar ahorré algunos puchitos. Todos los meses iba al banco y compraba dólares. Sin quererlo, llegué a los 80 mil. Así que yo me quedo con 10 lucas verdes para rajarme bien lejos y volver a empezar. Y el resto queda para ellos. También les dejo la casa, el auto y la herencia de mis viejos. Además, hace 15 días agarré el retiro voluntario y me indemnizaron bastante bien... Con todo eso, creo, están salvados hasta que se acomoden. Además, Ale tiene un buen laburo. Y algo de guita, si puedo, les mandaré...
-A la mierda... ¡Ya dejaste el laburo! ¿Y Ale ni se enteró?
-No... Mantengo la rutina. Me voy a las seis y media y vuelvo a las cinco. Y como ella me llama al celular, nunca se enteró de que hace dos semanas no estoy en la oficina.
-Me dejás duro. Esto va en serio... ¿Y puedo saber a dónde te vas a ir?
-No lo sé. La idea es armarme un bolso, agarrar el pasaporte, ir al aeropuerto de Ezeiza y tomarme el primer vuelo que salga... Brasil no estaría mal. Tengo unos conocidos en Buzios. ¿Te acordás de Ariel? También me gustaría ir a España. Aunque la guita se me acabaría más rápido. A los 45 años se hace difícil empezar de cero...
-¿Y cuándo te vas?
-En un rato. De hecho, vine a verte para que mañana le cuentes todo esto a Alejandra. Obvio, todo menos mis posibles destinos... No se lo podía pedir a otro. Sé que es una carga enorme. Pero vos sos el indicado.
-¿Qué sé yo? ¿No te parece un poco apresurado? ¿Por qué no lo pensás mejor?
-Hace seis meses que lo vengo pensando. No puedo perder más tiempo. Ya perdí demasiado.
-Me parece que estás exagerando. Todos tenemos malos momentos. De hecho, yo también tengo un laburo de mierda. Y cada vez hablo menos con Mariana... Apenas seguimos por costumbre. De hecho, hace unos meses me metió los cuernos con un tipo y casi me deja...
-¿En serio? Nunca me dijiste nada. ¡Vos estás peor que yo!
-Sabés las veces que me quise ir a la mierda...
-Yo no sabía que estabas tan jodido. ¿Por qué no me contaste nada?
-¿Qué se yo? No quería cagarte la vida con mis problemas...
-Sos un flor de pelotudo... ¿Para qué estoy? -Gustavo lo mira a Fernando. Recuerda aquella tarde en la puerta del ya desaparecido Club Social y Deportivo, cuando tenían ocho años y no veían la hora de ser adultos y vivir de proeza en proeza-. ¿Sabés qué voy a hacer ahora? Voy a poner un bar en la playa. Tengo la espina clavada en la garganta desde que terminamos la secundaria y el puto de Ezequiel se echó atrás... ¿Te acordás?
-¡Cómo me voy a olvidar! ¡Cómo nos cagó! ¡Encima, con esa guita, se fue de joda a Europa!
-¿Entonces?
-¿Qué? ¡No te entiendo!
-Si serás boludo... ¿Por qué no te venís conmigo?

Levantar el papel donde escribimos (Roberto Juarroz)

Levantar el papel donde escribimos
y revisar mejor debajo

Levantar cada palabra que encontramos
y examinar mejor debajo

Levantar cada hombre
y observar mejor debajo

Levantar a la muerte
y escudriñar mejor debajo

Y si miramos bien
siempre hallaremos otra huella.
No servirá para poner el pie
ni para aposentar el pensamiento
pero ella nos probará
que alguien más ha pasado por aquí.

9/4/07

Para abajo (...)


El dolor lastima y aturde. Pero hay algo mucho peor. Y es acostumbrarse a esa sensación de molestia continua. Porque la acción lacerante se mantiene viva, pero uno, ingenuo, le pierde el rastro por culpa de la habitualidad que genera la convivencia. El dolor está ahí. Nadie lo ve. Se camufla en la normalidad agazapado en un rincón. Destruye en forma silenciosa.

5/4/07

La revolución (Gustavo Cordera)*

"Hoy la revolución es abrazar a un árbol, acercarse a una persona y decirle que la querés, respirar aire, surfear, manejar la dimensión del cuerpo. Buscar la paz, un lugar donde uno pueda existir. Porque si estás siempre enojado, siempre peleándote y siempre puteando, sos sólo una reacción; nunca estás vos adentro tuyo".

3/4/07

Vicioso (...)

-Tome asiento, por favor. Dígame: ¿qué lo trae por aquí, amigo?
-No sé. Bah, es obvio. Vine porque me siento mal. Hace una semana que casi no duermo. Además, la acidez me perfora el esófago y tengo migrañas a diario.
-¿Fuma?
- Sí, fumo un montón... Y tomo a lo bestia. Me siento como el ort... Perdón, no quise ser grosero. Pero la verdad es que no encuentro otra manera de decirlo: me siento como el orto.
-Ajá... Como el orto. Un gran diagnóstico... -acota el doctor Llaneza.
-Sí. Usted lo dijo bien: Para el orto. Creo que hago todo mal.
-Todo mal... -vuelve a acotar el hombre de guardapolvo blanco intentando mostrar cierto interés por el último paciente de una jornada que parece interminable.
Gustavo tiene 35 años. No luce tan desmejorado como se describe ante el prestigioso especialista del Centro Médico Integral de Palermo. No miente en eso que no duerme. Tampoco falsea la información respecto a la acidez, las migrañas ni en sus excesos diarios con el tabaco y el alcohol. Sin embargo, el joven ingeniero omite un dato fundamental. Y enseguida trata de reparar su error.
-¡Ah! Y además estoy enamorado. Perdidamente enamorado -precisa el muchacho.
-Enamorado... Ajá. ¿Y ése es un problema para usted? ¡Ojalá yo tuviera esa suerte! -intenta minimizar Llaneza, mientras recuerda la desdicha que le genera su reciente viudez tras 35 años de matrimonio.
-Sí, señor. No estoy jodiendo. Estar enamorado es mi gran problema.
-¿Por qué?
-Porque estoy enamorado de dos mujeres. Y no sé qué hacer. En realidad, sé qué hacer. Pero no puedo solo...
El doctor Llaneza, con los ojos bien abiertos, vuelve a interrumpir a Gustavo.
-Perdón, amigo... Pero usted debería ir a otro especialista. Si quiere le hago un chequeo, ordeno unos análisis completos y un electrocardiograma... De hecho, vamos a hacer todo eso... Sin embargo, yo no lo puedo curar del mal de amores... -enfatiza Llaneza moviendo ampulosamente los brazos.
-No quiero ser grosero -insiste Gustavo-. Pero usted, en mi lugar, ¿qué haría?
Llaneza se levanta de su silla, se quita los anteojos, afloja la corbata y se sienta en la camilla. Gustavo no le quita la mirada de encima.
- No puedo creer que me esté pasado algo así. Pero me mata la curiosidad... A ver, ¿cuénteme cómo se llaman sus dos amorcitos?
-Paula y Mariana. Son las dos hermosas. De hecho, es increíble que me hayan dado pelota. No soy un tipo tan atractivo como para que dos minas tan lindas estén muertas de amor conmigo. Y menos en forma simultánea.
El doctor, un poco agotado por la situación, asiente. Gustavo es un tipo del montón para arriba. En su vida hospitalaria, Llaneza vio miles de espécimenes que podrían encuadrar perfectamente como eslabones perdidos entre el mono y el hombre... En cambio, Gustavo no desentona con los cánones de la estética. Morocho, metro ochenta, ojos claros, un poco fuera de estado y también algo descuidado con la vestimenta. No da para modelo masculino, pero...
-Me decía que las dos son hermosas...
-Sí. Encima son muy parecidas. Debo tener alguna patología extraña porque las dos, centímetros más, centímetros menos, son casi idénticas. Y no sólo en lo físico. También en el carácter. Yo sé que está mal esto de la infidelidad. Pero, entiéndame, no lo hago de sorete. No puedo resistirme a la tentación. Me gustan las dos. Las quiero a las dos... Tanto que me gustaría convertirme al islamismo con tal de no tener que elegir el camino de la monogamia. Pero tendría que cambiar de país, ¿me entiende?
-Trato de hacerlo... Pero, hombre, ¿cuánto tiempo lleva esta doble vida? Debe ser agotador.
-Cinco meses... Y hace una semana empecé a sentirme como el orto.
-Y usted quiere volver a sentirse bien... Es sencillo: debería optar por una de las dos. Hágala fácil. Si no puede decidirse, tire una moneda al aire. Pero no puede seguir así...
-Doc, con todo respeto, usted no me entiende. Yo no quiero elegir entre Mariana y Paula. Sólo pretendo dejar de fumar y de tomar a lo loco... Porque parece que las dos turras se pusieron de acuerdo y hace una semana me dieron un ultimátum. Ambas me amenazaron con que me van a dejar si sigo dándole al vicio. Y creo que puedo vivir sin el pucho y el alcohol... Pero podría morirme si no las tengo a las dos.

2/4/07

Crisis (...)

Entre sus siete definiciones de diccionario, la palabra "crisis" significa cambio. No implica directamente una mejora. También puede acarrear la poco deseada involución. En este caso, la volatilidad no debe confundirse con un travestismo histérico. Está emparentada, simplemente, con la búsqueda genuina y permanente de la evolución.
Eso sí, como decía el ingenioso Tu Sam, puede fallar...

Rutinas (Mario Benedetti)

A mediados de 1974 explotaban en Buenos Aires diez o doce bombas por la noche. De distinto signo, pero explotaban. Despertarse a las dos o las tres de la madrugada con varios estruendos en cadena, era casi una costumbre. Hasta los niños se hacían a esa rutina.
Un amigo porteño empezo a tomar conciencia de esa adaptación a partir de una noche en que hubo una fuerte explosión en las cercanías de su apartamento, y su hijo, de apenas cinco años, se desperto sobresaltado.
"¿Qué fue eso?", preguntó. Mi amigo lo tomó en brazos, lo acarició para tranquilizarlo, pero, conforme a sus principios educativos, le dijo la verdad: "Fue una bomba". "¡Que suerte!", dijo el niño. "Yo creí que era un trueno".