3/4/07

Vicioso (...)

-Tome asiento, por favor. Dígame: ¿qué lo trae por aquí, amigo?
-No sé. Bah, es obvio. Vine porque me siento mal. Hace una semana que casi no duermo. Además, la acidez me perfora el esófago y tengo migrañas a diario.
-¿Fuma?
- Sí, fumo un montón... Y tomo a lo bestia. Me siento como el ort... Perdón, no quise ser grosero. Pero la verdad es que no encuentro otra manera de decirlo: me siento como el orto.
-Ajá... Como el orto. Un gran diagnóstico... -acota el doctor Llaneza.
-Sí. Usted lo dijo bien: Para el orto. Creo que hago todo mal.
-Todo mal... -vuelve a acotar el hombre de guardapolvo blanco intentando mostrar cierto interés por el último paciente de una jornada que parece interminable.
Gustavo tiene 35 años. No luce tan desmejorado como se describe ante el prestigioso especialista del Centro Médico Integral de Palermo. No miente en eso que no duerme. Tampoco falsea la información respecto a la acidez, las migrañas ni en sus excesos diarios con el tabaco y el alcohol. Sin embargo, el joven ingeniero omite un dato fundamental. Y enseguida trata de reparar su error.
-¡Ah! Y además estoy enamorado. Perdidamente enamorado -precisa el muchacho.
-Enamorado... Ajá. ¿Y ése es un problema para usted? ¡Ojalá yo tuviera esa suerte! -intenta minimizar Llaneza, mientras recuerda la desdicha que le genera su reciente viudez tras 35 años de matrimonio.
-Sí, señor. No estoy jodiendo. Estar enamorado es mi gran problema.
-¿Por qué?
-Porque estoy enamorado de dos mujeres. Y no sé qué hacer. En realidad, sé qué hacer. Pero no puedo solo...
El doctor Llaneza, con los ojos bien abiertos, vuelve a interrumpir a Gustavo.
-Perdón, amigo... Pero usted debería ir a otro especialista. Si quiere le hago un chequeo, ordeno unos análisis completos y un electrocardiograma... De hecho, vamos a hacer todo eso... Sin embargo, yo no lo puedo curar del mal de amores... -enfatiza Llaneza moviendo ampulosamente los brazos.
-No quiero ser grosero -insiste Gustavo-. Pero usted, en mi lugar, ¿qué haría?
Llaneza se levanta de su silla, se quita los anteojos, afloja la corbata y se sienta en la camilla. Gustavo no le quita la mirada de encima.
- No puedo creer que me esté pasado algo así. Pero me mata la curiosidad... A ver, ¿cuénteme cómo se llaman sus dos amorcitos?
-Paula y Mariana. Son las dos hermosas. De hecho, es increíble que me hayan dado pelota. No soy un tipo tan atractivo como para que dos minas tan lindas estén muertas de amor conmigo. Y menos en forma simultánea.
El doctor, un poco agotado por la situación, asiente. Gustavo es un tipo del montón para arriba. En su vida hospitalaria, Llaneza vio miles de espécimenes que podrían encuadrar perfectamente como eslabones perdidos entre el mono y el hombre... En cambio, Gustavo no desentona con los cánones de la estética. Morocho, metro ochenta, ojos claros, un poco fuera de estado y también algo descuidado con la vestimenta. No da para modelo masculino, pero...
-Me decía que las dos son hermosas...
-Sí. Encima son muy parecidas. Debo tener alguna patología extraña porque las dos, centímetros más, centímetros menos, son casi idénticas. Y no sólo en lo físico. También en el carácter. Yo sé que está mal esto de la infidelidad. Pero, entiéndame, no lo hago de sorete. No puedo resistirme a la tentación. Me gustan las dos. Las quiero a las dos... Tanto que me gustaría convertirme al islamismo con tal de no tener que elegir el camino de la monogamia. Pero tendría que cambiar de país, ¿me entiende?
-Trato de hacerlo... Pero, hombre, ¿cuánto tiempo lleva esta doble vida? Debe ser agotador.
-Cinco meses... Y hace una semana empecé a sentirme como el orto.
-Y usted quiere volver a sentirse bien... Es sencillo: debería optar por una de las dos. Hágala fácil. Si no puede decidirse, tire una moneda al aire. Pero no puede seguir así...
-Doc, con todo respeto, usted no me entiende. Yo no quiero elegir entre Mariana y Paula. Sólo pretendo dejar de fumar y de tomar a lo loco... Porque parece que las dos turras se pusieron de acuerdo y hace una semana me dieron un ultimátum. Ambas me amenazaron con que me van a dejar si sigo dándole al vicio. Y creo que puedo vivir sin el pucho y el alcohol... Pero podría morirme si no las tengo a las dos.

1 comentario:

Alicia dijo...

Sencillamente genial.
No sé si realidad o ficción, pero genial.
(creo que es mucho más fácil dejar de fumar y tomar que olvidar...aunque sea doble la cosa)