19/2/10

Desencuentro (...)

La tarde tenía ganas llover. Y ellos, encimados, sin que nada les importara, mimoseaban sentados en el borde de un cantero en pleno centro de Adrogué. El se reía. Ella le correspondía con una gentil sonrisa. Se buscaban. Se peleaban por alguna estupidez. Y se amigaban con extrema celeridad. El muchacho jugueteaba con nombres y recuerdos. Y ella, de repente, se enojó. Feo. Cambió los susurros mimosos por gritos histéricos. Lo insultó enérgicamente y al mismo tiempo se incorporó, tomó su cartera y enfiló con paso apresurado hacia la estación de trenes. El se quedó inmóvil, con su mirada estrellada contra un baldosón de granito, quizás esperando que ella regresara. Pasaron entre cinco y diez minutos para que se levantara del cantero. Miró con el deseo de verla venir. Pero la silueta de la chica, morocha y menudita, no se dejaba ver en el horizonte. Resignado caminó hacia el lado opuesto. Su figura, que marchaba con ritmo cansino, se perdió en la lejanía. La historia, aunque tenía ganas de llegar a su final, no terminó allí. La joven apareció de la nada. Regresó corriendo. Con los ojos hinchados, llegó agitada y sólo se encontró con el cantero. Buscó hacia los cuatro puntos cardinales, se sentó y sacó un teléfono celular de la cartera. "¿Dónde estás?", se escuchó. Sonrió aliviada al tiempo que empezó a seguir los pasos del muchacho. Ya había empezado a llover.

5/2/10

Sin nada (...)

La soledad no es una condición propia de los que están sin compañía. Se puede estar solo con un mundo de gente alrededor. Perdido, olvidado en el rutinario fragor del día y la noche, el hombre extraña su lugar en su mundo. Sin calor, a pesar de las temperaturas exageradas. Sin fricción, más allá de los continuos roces cotidianos. Sin la placentera e inigualable humedad de la transpiración ajena. Se siente solo. Abandonado. Sin nada.

3/2/10

Inalcanzable (...)

Estar muy cerca de lo inalcanzable genera una sensación extraña. Algo así como enamorarse, con una mezcla de ansiedad y temor. Ansiedad por llegar. Temor por el escenario desconocido que se aproxima. Es efímero, claro. Enseguida uno se da cuenta de que lo inalcanzable es, justamente, imposible de alcanzar. La desilusión golpea. Y la molestia sigue. Duele. Hasta que uno se olvida del fracaso más reciente y, envalentonado, decide perseguir otro objetivo con forma de utopía.