29/3/11

Mañana (...)

Me quedo dormido porque el despertador hace rato que ya no me despierta. Escucho desde el sueño el llanto del más chiquito de mis hijos. Creo que se trata de un delirio onírico, pero no... Es efectivamente Manuel. Me incorporo y mis tobillos rechinan como la bisagra de una puerta vieja. Están cansados de soportar tanto exceso de equipaje. Tengo que ir al baño, pero primero debo ir a calmar al chiquilín. Entro a su pieza, piso sin darme cuenta una esquirla de un juguete que se incrusta en la planta del pie derecho. Manuel me mira algo extrañado. Se asusta con mi grito gutural. También tiene hambre. Y el pañal al borde del colapso. Repite las sílabas "ma-ma" ochenta y cuatro veces. Le digo que su mamá ya se fue. La explicación no lo conforma y decide averiguar el paradero de su hermana mayor. Combina la sílaba "ca" con "ta" y la repite unas treinta veces. Le cuento que se fue con la madre, que ya debe estar con sus amiguitos en el jardín de infantes. Me mira mal. No quiere salir de la cuna. Lo saco por la fuerza y lo llevo con el brazo derecho. Con la mano izquierda abro puertas. La del pasillo y la de la heladera. Sirvo la leche en la mamadera y la pongo en el microondas para calentarla durante algo menos de un minuto. Guardo el tetra lácteo en su lugar, pero Manuel no se conforma con la única promesa de desayuno. Hace fuerza para que le muestre al perro. Dice "babau" unas quince veces hasta que Chango sale de la nada y asoma el hocico por la ventana. El se sobresalta. Su corazón se acelera con algunos latidos extra. Suena la alarma del microondas. Se sobrecalentó la leche. Abro la mamadera y también la heladera, vuelvo a sacar el cartón y pongo un poco de leche fría en la caliente. Todo con la mano izquierda. Se la doy a Manu. Me hace que no con la cabeza. Insisto. Vuelve a hacer no con la cabeza, ahora con los ojos cerrados y con una mano alejando el biberón. Le ofrezco una galletita. La agarra con gusto y muerde uno de sus bordes. Exclama "titaaaa" y encaramos hacia mi pieza para seguir con la rutina. Vuelvo a pisar el resto de un juguete. Esta vez, por suerte, no fue tan de lleno. Ya no hubo dolor en el pie. Sí en el brazo derecho, que está a punto del desgarro. Pero llega con lo justo para depositar al bebé sobre el cambiador. Busco un pañal y el paquete con toallitas húmedas. Recuerdo que tengo que ir al baño, pero el chico está semidesnudo y tiene la prioridad. Primero los niños, siempre. Le cambio el pañal, lo visto y lo llevo hasta su cuarto para dejarlo en la cuna mientras voy al baño. La idea es no correr riesgos de que intente treparse a algún lugar prohibido durante mi ausencia, forzada por una de mis urgencias fisiológicas. Vuelve a llorar apenas me alejo dos pasos, pero no puedo aguantar. Voy y regreso del baño, Manuel deja el llanto y pide upa. Enseguida, dice unas doce veces la combinación "caca-caca". Me fijo y no es mentira: había vaciado los intestinos -suena más lindo que mover el vientre, ¿o no?- en el pañal último modelo. Otra vez lo cargo en el brazo derecho y repito el operativo cambiazo, aunque ahora con un contenido más crítico y oloroso. Ya cambiado, baja de la cama y sale disparado corriendo por el pasillo que va a la cocina. Me saca diez metros de ventaja. Y lo escucho llorar. ¿Se cayó? No, simplemente vio la mamadera y exige la leche que minutos antes había desechado. Se la doy, claro. Miro el reloj. Son las 7.55 AM. Demasiado temprano para mi gusto. Demasiado tarde para empezar un día que terminará mañana.

16/3/11

Condena (...)

Duele cuando la palabra deja de ser una simple definición y se transforma en una agobiante sensación. Eso pasa con la frustración. Repiquetea en la cabeza. Te ahoga. Te quema. Te deja contra un rincón, condenado a vivir bajo la dictadura de la mediocridad. Necesitaba decirlo. Quizá sea el punto de partida para empezar a salir.