5/7/11

Fútbol y dinosaurios* (...)

De la nada, haciendo el recorrido del lunes, desde el jardín de infantes hacia el maternal, con Cata como pasajera y con la radio con un programa deportivo de fondo que hablaba por enésima vez del descenso de River a la Primera B Nacional.
-Viste, papá, qué lío hicieron los de River el otro día.
-Sí, un lío bárbaro -le seguí la corriente mientras trataba de pensar cómo se había enterado y cómo se acordaba de los desmanes de hacía ocho días en el Monumental-.
-Todo porque se fueron a la B, ¿no?
-Sí, linda.
-¿Pero no es tan grave?
-No, no es nada grave.
-Si Banfield se fue como cinco veces a la B y no pasó nada. ¿No, papá?
-Me parece que Banfield se fue más veces... Pero no importa porque ahora hace tiempo que está en Primera y hasta salió campeón -le repliqué-.
-Por eso. No es tan malo irse a la B. Jugás con los malos un tiempo y después volvés a jugar con los buenos... Con Banfield, con Boca...
-Claro...
-Pero viste cómo rompieron todo...
-Sí. Y eso está mal.
-Claro que está mal. ¿Cómo van a romper todo porque se fueron a la B? Mirá si un paleontólogo se pone a romper todo porque no encuentra más huesos de dinosaurio. Mirá si va a tirar todos los huesos al agua porque las cosas no le salen bien...
-Tenés razón, Cata. Los hinchas de River tendrían que haber hecho como los paleontólogos.
-Claro... Además, pueden hacer como Banfield, que ahora juega con los buenos y salió campeón... Y hasta tiene la plaza del campeón.
-...
-Papi, ¿cuándo me vas a llevar a la cancha?
-Cuando haga más calor te llevo, te lo prometo...
-¿Y me vas a comprar un superpancho?
-Claro. Todo lo que quieras...

*Diálogo 99 por ciento real.

3/7/11

La Plata hace la curiosidad (...)

Ir al estadio Ciudad de La Plata para ver la Copa América no es cosa de todos los días. Y no sólo por el lujo que implica tener la posibilidad de ver a Messi en vivo y en directo, un espectáculo que escasea por estas tierras. También por las situaciones extrañas que empezaron a aflorar camino a la capital bonaerense. Tendríamos que habernos dado cuenta de que sería una noche rara cuando nos cruzamos con el Bambino Pons y con Jorge Luz en Florida y Saenz Peña, a pasitos de la estación Catedral. La prueba de que sería una jornada para el recuerdo fue el siguiente encuentro cercano. Yendo por Pueyrredón quien caminaba en sentido contrario y pasó entre nosotros era Jean François Casanova, con sus tradicionales anteojos con marcos de color, en este caso azules. Pons, Luz y Casanova, una peculiar colección de famosos, un tridente ofensivo para la mejor de las kermeses.

Pero la historia no terminó allí. Tras un largo viaje en un Flechabus rentado por la Conmebol, llegamos al estadio y nos encontramos con una notable desorganización. Si a eso le sumamos nuestro despiste, la resultante fue terminar en las antípodas del sector destinado a la prensa, sentados una fila por debajo de la interminable y generosa humanidad de Alberto Samid (y sus curiosas ocurrencias). No era nuestro lugar en el mundo. Convencidos del error tras una serie de deliberaciones y un salvador llamado telefónico, llegamos a nuestras ubicaciones luego de cruzar medio estadio escoltados, junto con otros colegas (no éramos los únicos giles, claro), por un voluntario, el único que se dignó a decirnos la verdad. Habíamos sido engañados vilmente por unos cinco o seis acomodadores, que conocían el escenario tanto o menos que nosotros. Obviamente, nuestros lugares estaban ocupados, pero ticket en mano no resultó difícil hacernos de los asientos que nos correspondían...

El primer tiempo transitó entre la intrascendencia, el confuso planteo de Batista y el acertado diseño del DT boliviano. Y no me olvido del frío, el protagonista estelar en La Plata, incluso por encima de Messi y el resto de sobrenaturales actores del balompié mundial. ¡Qué tornillo que hacía! Por momentos resultaba intolerable. De allí la necesidad de ingerir algo para meterle una inyección de calorías al cuerpo. Sin embargo, los 22 pesos que valía una hamburguesa envuelta por dos panes y los 15 que costaba un súper pancho nos hizo calentar tanto que desistimos de engrosar la incipiente fortuna del puestero.

El calor fue pasajero, ya que el frío volvió con más crudeza en el segundo tiempo, más allá de la mini vianda, que incluyó medio sánguche de miga blanco de jamón y queso, un cuarto más, pero de miga negra, un alfajor de mousse de chocolate, un Mantecol y una Coca. Llenó mínimamente la panza, pero no alcanzó para levantar temperatura, algo que si lograba la Selección, que no daba pie con bola -nunca más apropiado-. Peor todavía cuando los bolivianos dejaban a todos literalmente congelados con el gol de Edivaldo.

Podía molestar el flojo rendimiento de Zanetti y de Rojo, la ceguera de Lavezzi y la ausencia de inteligencia futbolística de Di María, pero nada superaba la continua sensación de bajo cero. Dolía, entumecía como la pobreza táctica de los que rodeaban a Messi y Banega. Los guantes de Romero salvaban a la Argentina y provocaban envidia en estos dedos que trataban de esconderse debajo del puño de la campera. Todo salía al revés hasta que Burdisso, corajudo, se la bajó de pecho a Agüero, que fusiló al bueno de Arias. El 1-1 sólo sirvió para que no se quemaran los papeles. Pero, siguiendo con la sucesión de hechos extraños, casi provoca que un colega, ubicado un par de escalones debajo nuestro, se quemara vivo después de que una zapatilla hiciera un cortocircuito y largara una llamarada, seguida por un molesto y tóxico humo negro...

El partido terminó con pocas ideas y menos juego, pero faltaba lo mejor. O lo peor. El frío no aflojaba y sólo dejó de ser el único tema de conversación cuando Carlos Tapia, comentarista estrella de Alejandro Fantino, saludó efusivamente a mi compañero. Juró no conocerlo, aunque el gesto enfático del Chino supusiera lo contrario... Sin embargo, eso no fue nada. A la espera de que llegara la combi que nos llevara a otra combi, la de unos compañeros que tuvieron la enorme gentileza de sacarnos de la gélida La Plata y llevarnos hacia la también helada Buenos Aires, comprobé en carne propia cómo Horacio Pagani devino en rockstar. Acosado por la gente, se le hacía imposible caminar con normalidad por el estadio. Un fan se le acercó y le pidió que le grabara una frase en el teléfono para usarla como ring tone. Increíble... Casi tanto como que este servidor terminó siendo fotógrafo improvisado ante el pedido de otro muñeco que quería tener su recuerdo junto con Pagani en su celular. Enseguida vino otro, pero me negué... Igual, el fulano logró su cometido con una clásica autofoto. Al ratito, por suerte, llegó el traslado. Faltaban dos horas, otra combi, un taxi y mi auto, para completar la travesía de regreso a Banfield, casi once horas después de la salida. Una velada inolvidable por el frío extremo y por las curiosidades. Fuimos a ver fútbol y sólo volvimos con una gran anécdota. Algo es algo...