1/11/07

Castigo (...)

Dicen por ahí que hacen falta castigos ejemplares. Lo que llaman mano dura. Pero, la verdad, yo no estoy tan convencido de que sirva de algo... El que lo sufrió en carne propia fue el pobre Joaquín. Lo que le sucedió fue un colmo de la severidad. Lo confinaron a las sombras sin haber cometido crimen alguno. Todo por haberse enamorado de una chica muy bonita. Ella, Ernestina, siempre se resistió a sus embates. Tenía sus buenas razones para decirle que no. Una conducta a prueba de balas. Casi tan ejemplar como los castigos que propulsan por ahí. Pero él, perdido en la irracionalidad, jamás lo entendió. En realidad, para ser sinceros, nunca sucedió demasiado entre ellos. Su amor apenas transgredió los límites de la oralidad. Joaquín, en plena efervescencia, fue víctima de sus dudas y jamás se atrevió a romper el hielo. Hasta que llegó aquella tarde fatídica que marcó el final. Sólo quiso mirar un poco más allá. Cansado de su cobardía, intentó bajarle un bretel con la imaginación. Ella, que lo conocía como pocos, descubrió su jugada poco inocente. Después del cachetazo no vio nada más. Desde entonces, todo es oscuridad.

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