22/5/07

Unos mates con Sarmiento (...)

Antes de narrar esta historia tengo la necesidad de jurarles que no tomé nada de alcohol ni consumí ninguna sustancia alucinógena. Espero que me crean. Esta tarde, cuando volvía de trabajar, me crucé con Domingo Faustino Sarmiento...
El viejo, vestido con una campera de lona color crema, un pantalón marrón y unas zapatillas negras, iba caminando por una calle de Lanús. Obviamente, conozco la información publicada en los libros de historia que asegura que el ex presidente argentino murió el 11 de septiembre de 1888 en Asunción, Paraguay... Por eso, supuse que se trataba de un sosias contemporáneo del padre del aula. Sin embargo, el hombre era tan parecido que decidí estacionar el auto para intentar hablar con él. No sería difícil alcanzarlo. Su marcha lenta y cansina era un síntoma del innegable paso de los años... Le chiflé y le chisté. Se dieron vuelta todos menos él. Entonces, decidí jugármela y grité. "Sarmientoooo, Sarmientoooo"... Y, cosa de mandinga, el hombre frenó, giró y esperó que me acercara...
-Perdón... ¿Usted me llamó? -preguntó el anciano.
Yo quedé temblando. Le relaté todo lo que les conté a ustedes en la introducción. Le dije que me había quedado enganchado con su notable parecido al prócer sanjuanino y que, víctima de mi curiosidad, había decidido investigar más sobre el sosias de Sarmiento.
-Usted se equivoca, joven. Yo no soy el sosias de Sarmiento... Yo soy Sarmiento. Domingo Faustino Sarmiento. Nací el 15 de febrero de 1811 en el Carrascal, uno de los barrios más pobres de la ciudad de San Juan. Soy el hijo de José Clemente Sarmiento y doña Paula Albarracín -se presentó el viejo.
Por dentro pensé que se trataba de un viejito piola, que decidió seguirme la joda. Sin embargo, a medida que avanzaba la charla, el tipo no paraba de tirarme precisiones.
-La verdad, señor, es que no le creo. Yo quise hacerle una broma. Le ofrezco disculpas. Pero es imposible que usted sea el verdadero Sarmiento. Ante todo, no existe ser humano capaz de vivir más de 125 años. Usted tendría unos 196 -argumentaba un poco descolocado por la situación y sin demasiado sustento.
-¿Entonces? ¿Para qué me paró? ¿Acaso usted no estaba convencido? Hace ciento y pico de años que nadie me reconoce. De hecho, por un acuerdo con el dueño del circo, debí cambiar de identidad. Si viene a mi casa y me acompaña con unos mates, le cuento bien la historia. ¿Se anima?
La voz interior me decía que no debía aceptar el convite. Pero la curiosidad pudo más y decidí escuchar la historia del viejo. Total, en caso de que tratara de una trampa, no tenía demasiado para que me afanara. Total, el auto está asegurado. Y no creo que nadie quiere mis maltratados órganos...
El hombre vivía en la planta baja de un pequeño edificio en la esquina de Ministro Brin y Miguel Cané, a unas ocho cuadras de la estación Lanús. Allí tenía un humilde y muy oscuro departamento de dos ambientes. Apenas entramos y tras disculparse por el desorden, el anciano me sugirió que me sentara en una de las dos sillas que acompañaban a una pequeña mesa cuadrada de pino. Mientras calentaba el agua para el mate, Domingo --al menos así decía llamarse-- cantaba por lo bajo "Fue la lucha, tu vida y tu elemento/la fatiga, tu descanso y calma/La niñez, tu ilusión y tu contento/la que al darle el saber, le diste el alma/Con la luz de tu ingenio iluminaste/la razón en la noche de ignorancia..."
-¿Le gusta la canción?
-Seee –le respondí poco convencido-. Los chicos confunden loor con olor...
-Ignorantes. Son todos ignorantes... Es hermosa. La compuso el músico catalán Leopoldo Corretjer. Es uno de los homenajes más lindos que me hicieron, aunque la canten los 11 de septiembre, el día de mi supuesta muerte. Y eso que hay ciudades, plazas, monumentos, trenes, escuelas, colegios y hasta clubes de fútbol que llevan mi nombre. Ojo: debo serle sincero. Lo que me hace sentir más raro es verme en los billetes de 50 pesos. Encima pusieron al muy turro de Roca en los de 100. ¡Qué injusticia! Ese Menem...
El hombre, entre mate y mate, no paraba de hablar sobre sí mismo. Me contaba que hacía un siglo que vivía solo y que nunca pudo olvidar a su amada Aurelia Vélez. Me habló de sus exilios en Chile, de sus viajes por Estados Unidos y Europa, de su presidencia, de su proyecto de país... Para mí hubo un montón de datos incomprobables, dado que no soy un estudioso de la vida del sanjuanino. Sin embargo, no me quedaba claro cómo era que Sarmiento estaba vivo y lúcido a los 196 años. Para constatarlo, tomé valor y le pedí una explicación lógica.
-No quiero pecar de irreverente, Domingo... Pero se me hace muy difícil creerle. Usted no puede ser el verdadero Sarmiento...
-A ver pibe. Esto se lo cuento a usted. Después, haga lo que quiera. Si se atreve, dígaselo a todo el mundo... Total nadie va a creerle. Lo van a tildar de loco... La Argentina tiene un convenio con el más allá. Todo aquél que se sienta en el sillón de Rivadavia investido por el voto del pueblo se gana automáticamente la inmortalidad. La muerte, no obstante, es una opción necesaria. La gente debe creer que estamos muertos y nosotros debemos encargarnos de mantenernos en las tinieblas, sin levantar la perdiz... Imagínese si la prensa supiera que estoy vivo. Lo mismo corre para Yrigoyen, Perón o cualquier otro. Nos estarían molestando a cada rato para opinar sobre los políticos de morondanga que tenemos ahora... Hasta intentarían tentarnos para que participemos de Bailando por un Sueño o del Gran Hermano de los Famosos... ¿Me ve en un jacuzzi con el Roña Castro y Luis Vadalá?
-¿Usted mirá esos programas?
-¿Qué quiere que haga? Soy un viejo que vive solo... Igual, no se crea que está bueno esto de la inmortalidad... Todos los seres queridos ya se me fueron. Y debo estar mudándome constantemente para no despertar sospechas...
-La historia está buena, digna de un cuento de ciencia ficción... Pero, perdone, necesito pruebas... El hombre se paró y abrió un placard que va de punta a punta de la cocina-comedor. El mueble está lleno de libracos viejos. De un sobre amarillento sacó un papel y me lo alcanzó.
-Esta es la partida de mi nacimiento. Si quiere revise. Y aquí están los originales de mis libros y un montón de otros manuscritos. Ni siquiera un coleccionista podría tener todo esto...
-Mmmmmmmmmmm. ¡Qué se yo! Puede ser... Pero no me cierra.
-La verdad me ofende... Usted es un insolente que me hizo perder toda la tarde... Seguro que me lo mandó el turro de Roca... Ya lo voy a agarrar a ese viejo, que ni siquiera se conformó con una presidencia... Por favor, váyase de acá. La puerta del frente está abierta. Y no se atreva a volver...
Sarmiento me echó a patadas de su humilde departamento. Les juro que no tomé nada. Apenas unos amargos... Y, por las dudas, aviso que no tengo nada que ver con Julio Argentino Roca...

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