19/3/14

La vida suelta de Ernesto (...)

Ernesto mira a su alrededor y se siente agobiado. No hay nadie. No hay nada. Ya se hizo de noche en Barracas. Acelera los pasos para encontrar algún lugar para sentarse. Se encorva, pone las manos sobre los muslos, como tratando de recuperar energía y ganar en calma. No funciona. El agobio se transforma en agite. Tiene la sensación de que el corazón va a estallar en uno o dos latidos más. Un dolor silencioso lo atraviesa. Siente algo que jamás sintió. “Me muero, me muero”, alcanza a gritar sin fuerza, casi en silencio. Nadie lo escucha. Se desploma contra la vereda de cemento alisado minada por soretes de perros que no juntaron los soretes de sus amos. Y la luz se apaga.

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