19/3/14

La vida suelta de Ernesto V (...)

El día en que Ernesto cumplía el décimo aniversario de casado, su mujer lo esperaba para ir a cenar al restorán de siempre, al que iban todos los 30 de noviembre desde la noche en que se comprometieron y, entre copas de vino, se juramentaron amor eterno. Pero Ernesto, para sorpresa de Laura, nunca llegó. Después del mediodía, pasada la hora del almuerzo, Laura lo había llamado a la oficina y al celular para saber a qué hora volvería. Había planificado esperarlo para festejar el aniversario en la cama antes de ir a comer. Pero no lo pudo contactar. Ella, que ya había elegido la ropa para las dos sesiones, supuso que estaría fuera de su puesto de trabajo y que su teléfono se había quedado sin batería, algo que le sucedía seguido porque, simplemente, se olvidaba de cargarlo. Por eso no se inquietó hasta que se hizo de noche y Ernesto seguía sin aparecer. Laura se preocupó aún más cuando encontró tirado debajo de la cama el celular último modelo de su marido. Inmediatamente, pensó que algo malo había pasado o estaba por pasar. Agobiada por las noticias de inseguridad que exudan sangre de las pantallas y de los diarios, imaginó lo peor. Mientras hacía zapping por los canales de noticias, Laura ya había entrado en pánico y decidió llamar a Javier, el único compañero de trabajo de Ernesto que conocía y del que escuchaba hablar. El tampoco atendió su teléfono. En realidad, atendió una chica que dijo no conocer a Javier y, de muy mal modo, completó que estaba cansada de que un montón de gente la llamara preguntando por él. Desesperada, Laura llamó a su madre y a su hermana, que no tardaron más de 15 minutos en llegar al departamento para acompañarla. También llamó a Gustavo, el medio hermano de Ernesto, pero enseguida recordó que llevaba dos semanas en Madrid por trabajo. Laura y Jimena, su hermana, buscaron en los portales de noticias y hasta por las redes sociales para averiguar si había habido algún accidente, robo o cualquier otro hecho que involucrara a un hombre de las características de Ernesto. Stella, que sólo había atinado a ponerse una bata encima de su camisón y había olvidado sacarse los ruleros, seguía prendida a la tele, yendo de un noticiero a otro. No encontraron nada. Y cerca de las 10 de la noche decidieron hacer la denuncia a la Policía. Ernesto tendría que haber llegado a las cinco de la tarde. Al rato que cortaron con el operador del 911, sonó el portero eléctrico y Laura corrió desesperada hacia el receptor que estaba en la cocina. Antes de atender, se tropezó con una alfombra y se hizo una generosa raspadura en el brazo derecho. No sintió dolor. La adrenalina de la situación le había hecho perder la noción del golpazo. -¿Ernesto? ¿Sos vos? -preguntó al borde del llanto con la esperanza de que también había dejado olvidado su llavero-. -No, señora. Tengo una entrega para hacerle de la florería Ramos -se escuchó del otro lado del auricular. Laura bajó los dos pisos por la escalera. No sabía si reír o llorar. Mientras saltaba de escalón en escalón pensó que Ernesto le estaba jugando una broma. Imaginó que estaría del otro lado de la puerta, con un ramo de rosas o un regalo, y que le diría que se le hizo tarde en el trabajo y un montón de otras explicaciones antes de fundirse en un beso. Pero no. Del otro lado de la puerta del edificio sólo se veía un chico de unos 20 años, menudito, con una sonrisa con brackets, una remera bordó, unas bermudas y una gorra verde con la inscripción "Florería Ramos" sobre la visera. Efectivamente, era un ramo de rosas y entre ellas asomaba un sobre. Laura, con un acto reflejo, tiró el ramo de flores al piso del hall y con las manos temblorosas rompió el sobre por uno de sus bordes. El sobre no era el típico que trae una tarjeta con un mensaje cursi y de ocasión acompañada por la firma del emisario. Era más grande, con una carta impresa en hoja oficio con una fuente insípida como la courier new. "30 de noviembre de 2013" "Laura. Soy un cagón. Debí haber ido en persona y decirte cara a cara todo esto que te estoy escribiendo. Pero no pude. Sabía que no iba a poder decírtelo, como nunca pude decirte que jamás me quise casar con vos y que incluso nunca debimos ser novios. Pero me dejé llevar por tu entusiasmo, por tu belleza e intenté construir algo que jamás me hizo feliz. Siempre tuviste la iniciativa de todo. Hasta fuiste vos la que me invitó a salir la primera vez y la que meses después decidió que nos casáramos. Yo no quería... Pero nunca me animé a contradecirte. Pensé que con el tiempo mi afecto y mi admiración se transformarían en amor. Pero no. Eso nunca sucedió. Y, la verdad, no te quiero hacer perder más tiempo". "Yo tampoco quiero perder más tiempo. Hoy terminé de arreglar mi salida de la oficina. Me dieron el retiro voluntario y en días van a depositar un montón de plata en tu cuenta. Es toda tuya. No te va a salvar la vida, pero te va a dar aire para complementar tu sueldo. El departamento también es tuyo. Yo no necesito nada. Cuando ordene un poco mi vida trataré de dar la cara y recibir la bofetada que me merezco. Pero ahora necesito estar lejos, muy lejos". "PD. Y no hay otra mujer. Aunque no te amé, siempre te fui fiel". "PD2. Perdón" Laura no entendía nada, pero no paraba de llorar. El pibe de la florería, que seguía fime del otro lado de la puerta a la espera de una propina, atinó a abrazarla. -¿Necesita algo señora? ¿Quiere que llame alguien? -se ofreció el muchacho que no terminaba de decodificar la situación. -No... ¿Qué hacés? Salí de acá... -contestó desencajada Laura antes de dejar que la puerta se cerrara sola. El pibe se fue sin entender nada. Laura tampoco entendía nada. El único que había entendido el sentido de su vida había sido Ernesto. Lo aturdían sus rutinas. Lo agobiaba sentir que se le escurría el tiempo entre la tristeza de no ser feliz. Pero todavía, pese a los años caminando en dirección contraria a sus sueños, estaba a tiempo de volver a empezar.

No hay comentarios.: