29/4/09

Putas: Minucho (...)

Estaba nervioso. Había quedado un poco excitado por el frustrado desayuno con Carlita. Pero también sentía curiosidad extrema por el reencuentro con el Flaco Torres en el Bar de Minucho. Allí solíamos hacer una parada etílica antes de empezar las giras nocturnas. Lo llamábamos así porque el dueño del boliche tenía un tremendo parecido con mi viejo. Mis amigos, al principio, me gozaban. Me jodían con que los llevaba al bar de mi tío y que yo iba a medias con él. Otras veces, completamente en pedo, hasta yo mismo dudaba. Y tenía ganas de preguntarle al falso Minucho, a quien todos le decían Carlitos, sobre su familia. Mirá si mi abuelo se había tirado una canita al aire en sus años mozos y había tenido un bepi con otra mujer. Con el correr de los meses, el tipo, canoso y macizo como el Minucho original, vendió el fondo de comercio y se las tomó. Nunca supe nada más de él. Más allá del nombre -no recuerdo bien, pero creo que durante un largo tiempo se llamó Crazy-, el lugar quedó inmortalizado como el Bar de Minucho. Y hacia allá iba al encuentro con el Flaco Torres.
Llegué cuando faltaban diez minutos para las once. Me senté en la mesa que daba a uno de los ventanales del frente, pero enseguida pensé que si el Flaco había hecho lo que yo presumía que había hecho no querría exponerse a la mirada de todos los que pasaran por la calle. Por eso, aproveché para agarrar un diario y mudarme al fondo del local No tenía mucho hambre, pero por costumbre me pedí un café con leche doble con un tostado de jamón y queso. Pasaba casi sin mirar las páginas de El Nacional porque tenía la mirada clavada en la puerta. Llegó la orden y empecé a tomar el café mientras le daba unos mordiscos al suculento tostado. Y el Flaco no aparecía. De repente, cruzó la puerta una mina que me resultó familiar. No podía recordar de dónde la conocía. Apenas entró, empezó a mirar mesa por mesa. Y encaró directo hacia mí.
-¿Sos Bertoldi, no?
-¿Cómo te diste cuenta? ¿Acaso te dijeron que buscaras al más gordo del boliche?
Ella se sonrió por mi humorada y enseguida recordé de dónde la conocía. Era Nerina, la puta falopera de Oasis. La que me dejó por el grandote que tenía un papelito con merca en el bolsillo.
-Yo a vos te conozco de algún lado -me dijo y enseguida cambió de tema-. Yo soy amiga de una amiga del Flaco Torres. ¿Venís conmigo?
-Sí, linda. Pará que pago y vamos.
Vestida de civil, Nerina igual partía la tierra en dos. Era un hembrón. Cuando caminaba movía el culo de una forma increíble, casi tan increíble como las miradas de los tipos que se cruzaba por el camino.
-¿Te acordás de mí? -le pregunté.
El silencio me llevó a pensar que me había olvidado. No tenía por qué recordarme. Ni siquiera habíamos pasado. Sin embargo, uno siempre guarda la esperanza de que las chicas bonitas, sin reparar en que se trataba de una puta con todas las letras, se acordaran de uno. Me sorprendió cuando me contó detalladamente la secuencia que protagonizamos juntos.
-Vos eras el del pasacasete, ¿no?
La respuesta me generó muchas ganas de llorar. No podía ser tan perdedor. Sin embargo, enseguida me di cuenta de que Nerina jamás se habría acordado de mí si la historia hubiese sido distinta. Apenas habría sido un cliente más. Y me empecé a reír solo hasta que me volví a acordar del Flaco.
-¿De dónde conocés a Torres? -le pregunté tratando de cambiar de frente para olvidar lo más pronto posible al maldito estéreo.
-Es amigo de una amiga mía.
-Sí, de Iris.
-¿Cómo sabés?
-La historia es larga, muñeca. ¿Adónde vamos?
-Vení, subite al auto y te cuento.
Nerina se subió a un Renault 6 que pedía a gritos ser desguazado. Es más, cuando me acomodé con toda mi humanidad en el asiento de acompañantes, tuve la sensación de que el coche se terminaba de destartalar. Sin embargo, el auto se la bancó. Tanto como se la debía bancar la dueña.
-Entonces, linda, contame.
-Esta historia también es larga.
-Tengo tiempo, soy todo tuyo… Ejem, perdón, soy todo oídos.
-¡No te hagas el vivo conmigo que yo cobro, eh! -me advirtió y siguió-. ¿Qué querés? ¿Coger o encontrarte con tu amigo?
-A esta altura, supongo que mi amigo está bastante complicado. No me voy a borrar, ojo. Pero, la verdad, un polvito no estaría nada mal… Además, si te cuento lo que me pasó esta mañana en el edificio del Flaco Torres…
Todavía no entiendo qué fue lo que me pasó en ese momento. En vez de preocuparme por mi amigo, estaba obsesionado por volver a verle las tetas a Nerina. Y, de paso, pegarle una brutal sacudida.
-¿Me parece que estás un poco alzado?
-Te parece bien. Y, además, tengo plata si es que eso es lo que te preocupa.
-A mí me parece que te vas a quedar con las ganas.
-¿Por qué?
-Porque estamos a una cuadra de la casa de Iris.
Yo creía que Nerina me estaba jodiendo. Pero no. Estacionó el Renault 6 en la subida de un garaje de una casa que estaba sobre la calle Oliden, cerca de la avenida. Me pidió que me bajara, pero antes me apoyo suavemente su mano derecha en la bragueta y me dijo que no perdiera las esperanzas.
Poco menos que hirviendo, me bajé del coche y alcé la vista. Estaba a punto de entrar a un chalecito con techo a dos aguas, con una reja negra y dos enanos de jardín en el frente. Parecía la casa de una señora mayor. Y no estaba equivocado. Era la casa de los abuelos de Iris. Es más, la primera imagen que recuerdo, además de un increíblemente fuerte olor a naftalina, es la de dos viejos tomando mate en un comedor. Pasamos de largo, sin siquiera saludar a la pareja de ancianos, y encaramos hacia una pequeña construcción que estaba en el fondo del jardín.
Ahí fue donde vi por primera vez a Iris. Era, realmente, un ángel. Jovencita, con cara nena. Ojos celestes furiosos y un cuerpo endiablado. Enseguida recordé la descripción precisa de mi amigo. Si bien estaba enfundada con una remera suelta y un pantalón de frisa, se dejaban adivinar unas tetas increíbles y un culo rocoso. Era imposible no enamorarse. Ella ni siquiera me saludó. Se desplazó unos pasos y me ofreció una postal que jamás olvidaré. Más atrás aparecía la figura moribunda del Flaco Torres, que estaba desparramado en un catre.


Prólogo: Putas
I: Sheny
II: Iris
III: Nerina
IV: Selva
V: El Flaco Torres
VI: Alma
VII: Copacabana
VIII: Sofía
IX: Ultimo momento
X: Carla
XI: Minucho
XII: Ringo

1 comentario:

Diego Sagardía dijo...

Papel, algún día esta historia (ojalá) nade en papel.
salud!