17/2/09

Putas: Alma (...)

Después de recorrer la insufrible avenida Pavón hasta la altura de la estación de trenes de Lanús llegamos al edificio en el que vivía el Flaco Torres. Dejamos el auto estacionado a unos 30 metros de la puerta, bajamos del Fíat y tocamos el timbre del 3º D. El Flaco llevaba un año y medio viviendo en ese departamento de dos ambientes híper oscuro, con vista a un lúgubre pulmón. Tenía plata de sobra para mudarse al Centro y alquilar un bulín un poco mejor ubicado y un poco más presentable. Pero él prefería estar cerca de su vieja, que vivía en la casa de toda su vida en Valentín Alsina. Mientras esperábamos en vano que nos atendiera, una terrible morocha salió por la puerta acompañada por un tipo que estaba vestido de portero. Creo que tocamos unas 20 veces el timbre sin suerte... Hasta que el fulano se despidió efusivamente de la mina, que tenía una terrible pinta de gato, y nos encaró. Nos preguntó a quién buscábamos y nos hicimos los boludos. Es que yo conocía a José, el viejo encargado. Pero de éste no tenía ni la más mínima idea. Se presentó y nos explicó que era nuevo en el edificio, porque don José se había pedido una licencia de tres meses para ir a resolver “unos problemitas familiares” en Corrientes. Ahí le creí. Es que el Negro, así le decía el Flaco, era fanático de Mandiyú. Siempre andaba con un gorrito verde y blanco de tela que estaba autografiado por Pedro Barrios, Adolfino Cañete y José Horacio Basualdo, el Pepe, las figuras del equipo que salió campeón del Nacional B en el 88.
Recién entonces, tras el argumento creíble, le contamos que éramos amigos de Torres. El hombre, que tenía una inconfundible tonada mendocina, se sonrió y rápidamente nos relató que nuestro amigo no había salido en todo el día del derpa y que hasta había venido un doctor, con ambo celeste, estetoscopio y maletín, para revisarlo. Sin embargo, apenas se fue el médico, a los 15 minutos, el Flaco Torres se las había tomado. Le pidió por favor que no se lo contara a nadie, a excepción de que viniera un gordito de barba o un colorado pecoso preguntando por él. El gordito barbudo –se había quedado corto con la descripción- era yo, mientras que el Tano Fanucci respondía a la perfección con el identikit de colorado con pecas.
Pero eso no era todo. El muñeco, que se llamaba Alberto, nos dijo que Torres nos había dejado un recado. Enseguida, me entregó una tarjeta toda arrugada que rezaba: “Copacabana. Acá se cumplen todas tus fantasías”. Con Fanucci nos miramos y no lo podíamos creer. Sin tiempo para perder, le agradecimos y le rogamos que no le dijera nada a nadie. El encargado hizo la señal de juramento, llevándose el índice derecho a la boca y haciendo una cruz. Y antes de que volviéramos hacia el auto nos preguntó si nos había gustado la morocha. “Se llamaba Alma y fue un regalito de su amigo del 3ºD”, gritó a los cuatro vientos sin ánimo de ser discreto. Y agregó con una terrible cara de pajero: “Nunca me habían tirado la goma tan bien. Esa chica está endiablada”. En ese momento, como si estuviese escrito para un guión, pasaba una vecina con terrible cara de pacata. La mina llevaba un caniche micro-toy en una mano y una bolsa de polietileno, ésas del supermercado, en la otra. Apenas escuchó el vozarrón libidinoso del encargado, la vieja se espantó, cruzó la calle enceguecida y casi se la lleva puesta un Gol que venía a los santos pedos. Zafó de milagro y porque los frenos del Volkswagen eran una maravilla.
Tras la escena bizarra que casi termina en una tragedia digna de una placa roja de Crónica TV, no tuve necesidad de decirle nada a Fanucci. Apenas lo miré. Nos subimos al Súper Spazio y encaramos hacia Pavón. El nuevo destino era Doblas 327, la dirección que figuraba en la tarjeta que nos había dejado Torres. El hijo de puta del Flaco no estaba enfermo ni a ganchos. Vaya uno a saber qué le dio al médico para que le diera un par de días de reposo. Quizás había recurrido a alguna amiguita de Alma para ganarse la confianza del hombre del ambo celeste y maletín. Lo cierto, más allá de todas las especulaciones, es que se había cortado solo en su cruzada por volver a ver a Iris, escultural puta y aspirante a abogada. Ya sabía que la minuza estaba trabajando en Copacabana. También sabía que nosotros íbamos a ir a buscarlo. Un fenómeno.

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