7/2/09

Putas: Iris (...)

Se llamaba Marilyn. Como les dije era una rubia rellenita que impresionaba, sobre todas las cosas, por su tanga mínima. Sus curvas, excesivamente pronunciadas, desbordaban la ropa interior. Cuando le pregunté por Sheny, se sentó sobre mis piernas y comenzó con el ya conocido ritual de frotamiento. Pero rápidamente la espanté. Insisto: no había ido para descargarme, sino para ver si podía reconstruir el puzzle de la vida de la dominicana.
Era una noche complicada. Verano, mucho calor, demasiada clientela. Apenas Marilyn y Jacqueline -si fuera JFK, me habría asustado por la increíble coincidencia- habían quedado a la deriva. Y no era para menos. Si Marilyn había tenido poca fortuna en el reparto de belleza, se hacía difícil entender cómo habían aceptado a la otra, que era aún más gorda y kilométricamente más fea. Por suerte, Jacqueline apenas me saludó con un beso. Enseguida, salí al cruce y le dije que sólo había ido para acompañar a mi amigo, el Flaco Torres. Ese sí que entraba en la categoría de putañero empedernido. Se conocía todos los cabarulos de la zona Sur y me había quemado la cabeza durante la noche con ir a ese boliche, porque ahí se había topado con Iris, a quien describió como "la puta más puta y hermosa" con la que había compartido un turno. Cuando estábamos en el bar tomando una cerveza, el Flaco me estuvo contando que dos días antes se había dado una vuelta por aquel piringundín y que apenas había dos mesas ocupadas. Es decir, había chicas libres como nunca antes había visto en sus frecuentes excursiones por los lupanares de la ciudad. De repente, envuelta en un aura de luces ultravioletas, se le apareció una flaquita que rajaba la tierra. Y Torres, como casi siempre le sucede, se enamoró. Era, obviamente, Iris. Me dijo que apenas superaba el metro sesenta, pero que tenía unas tetas increíbles y un culo que era una roca. "Era un petardo, boludo", sintetizó con su prosa llana y barrial. Y agregó: "En la cama, no sabés, me dejó hacer lo que quisiera". Encantado, como le había sucedido cientos de veces, el Flaco me arrastró al cabaret, aquél donde había conocido a Sheny. Yo, con apenas 20 pesos en el bolsillo, había ido con la ilusión de reencontrarme con la morocha para que me siguiera contando su vida. Y él lo hizo con la idea fija y heroica de "rescatar a Iris del puterío para convertirla en la señora de Torres". Pero la dominicana se había fugado y me tuve que consolar bajándome un maldito farol de whisky que no podía terminar de pasar. Y mi compañero, despechado por Iris, terminó bajándose a la desagradable Jacqueline.
Cuando volvíamos en el Renault 12 verde aceituna, el Flaco seguía obsesionado con Iris. Me juraba que era un minón. Y que apenas denunciaba 22 años. Me dijo que la “muñequita” era de Temperley y que había estudiado en la Universidad de Lomas, como nosotros, hasta que sus padres murieron en un accidente de autos y debió salir a trabajar para sobrevivir. Entonces, procurando sacar provecho de su belleza, intentó ser modelo. Con los clasificados bajo el brazo, había recalado en una oficina de mala muerte de un edificio de Almagro, en donde tuvo que pagar 50 pesos para que le armaran un book. Obviamente, la habían engañado. Presa de la desesperación, terminó siendo reclutada en una casa de masajes de Flores. Así, luego de unas cuantas fugas, había llegado al cabaret del que acabábamos de salir. Después de un polvo, catalogado de “terrible e inolvidable”, Iris le confesó a Torres que seguía soñando con recibirse de abogada. Y que el año siguiente, si podía, se iba a reinscribir en la facultad. El Flaco volvió varias veces y nunca jamás la encontró. Eso sí, tuvo varias revanchas con la gorda Jacqueline. Y con Marilyn también.

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