6/2/09

Putas: Sheny (...)

Se llamaba Jenny. Así, apenas se presentó, empezó a sonar en mi cabeza "Sube a mi voiture", de Pappo. También, no sé por qué, recordé a la novia de Forrest Gump y a una chica que iba a la facultad que era una hermosa fotocopia de aquella actriz. Sin embargo, la Jenny que estaba sentada sobre mis piernas en aquel cabaret suburbano no se parecía en nada a la rubia que desparramaba belleza por los pasillos de Sociales. De hecho, cuando ella pronunció el dulce Jenny, a mí me llegó un grosero "Sheny". Además, era morocha por donde se la mirara.
Con una aguardentosa tonada caribeña, ella averiguó rápidamente mi nombre. Pero no paraba de decirme papi. Casi me engaña cuando me susurró que era muy lindo y que tenía una sonrisa preciosa. Se lo decía a todos, seguro. Trabajaba de eso, claro. Su cuerpo, digamos, era generoso. Alta, pelo mota naturalmente frizado, una cara seis puntos con muchas batallas encima, mucha teta, culo macizo y piernas interminables. Todo eso envuelto en una mínima ropa interior que "fosforecía" con la luz ultravioleta. Ella, mientras yo tomaba un sorbo de un asqueroso whisky nacional, empezó a mover sus manos con sensualidad hasta detenerse en mi contenida entrepierna. Me preguntó qué me pasaba, si le gustaba. Le contesté que sí, aunque creo que no soné demasiado convincente. Por eso, decidí contarle la verdad, que había ido con unos amigos y con intención casi nula (nunca se sabe, no) de coger. Jenny o Sheny, como quieran, me miró con una terrible cara de orto. Y era obvio, no ganaba plata por hablar. Sólo perdía el tiempo conmigo. Enseguida se levantó enojada. Pero, con inusitada rapidez, le tomé la mano y le rogué que volviera en un rato.
A los 30 minutos, más o menos, Jenny volvió a sentarse sobre mis piernas. Y se frotó vulgarmente sobre mi bragueta. Me preguntó si había cambiado de opinión, pero le advertí que no. Sólo la invité a tomar algo y le prometí unos pesos a cambio de que me contara su historia. Me aceptó el trago y me rechazó la segunda propuesta porque los dueños del lugar, según aseguró, la iban a matar. Aunque pudo hablar un poco mientras se bajaba algo que intentaba ser un Gancia con Seven Up. Ahí me dijo que tenía 32 años y que era de República Dominicana. Me contó que allá habían quedado un par de hijos y un marido que la golpeaba y la obligaba a trabajar de puta. Y que vino acá por consejo de una prima, porque no aguantaba más. Me confesó que extrañaba a los chicos, pero que ya eran grandes porque los había tenido de muy joven y que seguramente iban a ser tan hijos de puta como su ex. Y también juró que ya se había acostumbrado a trabajar de esto y que difícilmente ganara lo mismo haciendo otro tipo de labor. Ah, también me dijo que unas horas atrás se tuvo que coger a un tipo que era muy desagradable, pero que eso ya nada le daba asco. Apenas se terminó el trago, volvió a frotarse contra mí e insistió con que pasara al cuarto con ella. Me negué, pero le puse un billete en la mano. Se sonrió -le faltaban unos cuantos molares- y me pidió que volviera porque con clientes como yo daba gusto ganarse la plata.
Al mes y medio regresé a ese tugurio que apestaba a pachuli. No quedaban rastros de Jenny. Una de sus compañeras, una rubia gorda con una tanga minúscula, me dijo que hacía dos semanas que no aparecía, que seguro se había ido a trabajar a otro lado y que si quería ella me podía hacer un bucal por 30 pesos y un completo por 60. Le dije que no. Se llamaba Marilyn.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy asombrado de las coincidencias, aunque también hay diferencias, con una tal Shenny con la que estuve en un sitio muy bueno de élite de un país centroamericano. Ahí van:

las coincidencias son:
que estaba sentada sobre mis piernas,
que era morocha por donde se la mirara
que me decía papi
que casi me engaña cuando me dijo algo así como que era lindo
que su cuerpo era generoso
que tenía mucha teta (aunque ella decía que no) y culo macizo (aunque ella se quejaba de que era muy grande, qué mejor?)
que su cuerpo estaba envuelto en una diminuta ropa interior que fosforecía con la luz ultravioleta
que empezó a mover sus manos con sensualidad hasta detenerse en mi contenida entrepierna (que al poquísimo tiempo ya no pudo contenerse más)
que cuando se fue y luego volvió, volvió a sentarse sobre mis piernas y se frotó (aunque no vulgarmente) sobre mi bragueta

las diferencias son:
que no sonaba en mi cabeza nada cuando se presentó
que no se trataba de un cabaret suburbano, sino un espectacular sitio, élite
que cuando pronunció su nombre no me sonó grosero
que no me dijo que tenía yo una sonrisa preciosa
que no tenía el pelo mota frizado
que no tenía una cara seis puntos con varias batallas encima (yo le daría 9)
que yo no tomaba un asqueroso whisky nacional
que yo desde el principio no le dije que no tenía intenciones de llegar a nada
que no me miró con cara de orto cuando después de larguísimo rato le dije que no me la iba a llevar (la próxima me la llevo, ya lo dije?!)
que entonces no se levantó enojada
que no le ofrecí dinero a cambio de que me contara su historia
que no me dijo que tenía 32 (creo que tenía apenas 20!)
que no era dominicana
que no me dijo, por lo tanto, que tenía flia, ni marido golpeador, ni que había tenido que coger con un tipo desagradable hacía un rato, etc.
Que no insistió en para al cuarto con ella (porque no hay cuartos para hacer el amor ahí)
Que no le faltaban molares
Que el sitio no es un tugurio que apesta a pachuli

Moraleja, hay varias felices coincidencias. Lo que espero es que cuando vuelva a ese lugar (la tercera es la vencida…) todavía esté ella, aunque sí me gustaría que me ofreciera el bucal por 30 pesos argentinos (menos de 10 dólares) y un completo por 60, lo que dudo! Saludos. Abrazo

Anónimo dijo...

otra diferencia:
es que mientras me tocaba abajo también me acariciaba el pecho por abajo de la camisa, excitante. Abrazo