10/2/09

Putas: Selva (...)

Desde aquel jueves de frustraciones en Oasis mi cabeza había quedado un poquito alterada. Las imágenes se repetían en mi mente cada vez que cerraba los ojos. Yoseline, con sus labios carnosos, desfilaba hacia mí y me mostraba su culo rocoso. Enseguida, se me aparecía Nerina, con sus tetas majestuosas al aire, que se pegaba un saque antes de preguntarme si me apetecía una tirada de goma. Lo triste era que Nerina se esfumaba como la línea de merca y yo me quedaba solo, sentado frente a una mesa cuadrada, con otras dos sillas vacías. Sólo veía un par de camperas: una de cuero como la del Flaco Torres y otra de jean con corderito, igualita a la del Tano Fanucci. Y también estaba el puto estéreo, apostado sobre una fórmica roja que no paraba de transpirar por culpa de un solitario fernet. Así me desperté el viernes y el fin de semana. Y lo mismo me sucedió el miércoles. Pegué un terrible salto de la cama. Aturdido por la pesadilla, miré el reloj despertador. Marcaba las dos de la mañana. Me quedaban unas cinco horas de sueño. Pero tenía una sed terrible y me tuve que levantar. Fui derecho al baño, abrí la canilla de agua fría y tomé un largo trago. Volví a la habitación y me senté unos minutos en el borde de la cama. Tenía que volver al cabaret para poder ponerle punto final a la historia que me torturaba.
Así, con la decisión tomada, me pegué un duchazo para despabilarme un poco, me bañé en desodorante y me vestí. Salí encendido. Tanto como para esperar 45 minutos hasta que pasara un bondi que me dejara cerca del puterío. Llegué con la idea fija de sacarme las ganas y las fantasías de la azotea. La primera opción era Nerina. La segunda, claro, era Yoseline. Antes de subir la escalera, me interceptó un pelado que tenía una cara de terrible hijo de puta. Me pidió que le mostrara mi documento y me dijo que los miércoles había un show de lesbianas "fetén, fetén" y que debía pagarle una consumición antes de entrar. Le di un billete todo arrugado con el rostro de Sarmiento y él peló un talonario verde con números, de esos que se usaban en las rifas de barrios. Me había tocado el 72, la sorpresa según la numerología de los sueños.
Subí y llegué al salón. Habría unas cuatro mesas ocupadas y en una estaba el Tano Fanucci con una chica. Me acerqué, los saludé y me senté junto a ellos. Enseguida, pedí un whisky con hielo y le pregunté al mozo si estaban Nerina o Yoseline. El tipo me miró y se rió con una fuerte carcajada. Me dijo que era el quinto que le preguntaba por las mismas minas y me contó al oído, como si se tratara de un secreto de estado, que se las había llevado un amigo del dueño para una fiesta privada. Mientras empinaba el trago, no paraba de maldecir mi mala fortuna. A los cinco minutos, el Tano se fue con la petisa que se llamaba Bettina y que era bastante fulera. Otra vez me había quedado solo. Al menos, tenía un consuelo: Fanucci, esta vez, no había dejado pertenencia alguna sobre la mesa.
Fue entonces cuando llegó Selva. A esta altura todos saben lo que sucede en el momento que se te acerca una chica en este tipo de boliches. Como les conté, era morocha como Sheny, aunque bastante más agraciada que la dominicana. La negra, sin pedir permiso, hizo lo que quiso conmigo. Se me sentó arriba de las gambas y puso en marcha un violento ritual de seducción. Aterrizó con una mano en la bragueta, me encajó un beso en el cuello y con un movimiento magistral me hundió la nariz en sus tetas carnosas y oscuras. Recién entonces me dijo su nombre y yo le correspondí con el mío. Le pregunté de dónde era y ella me contestó que primero le tenía que comprar una cerveza. Le dije que sí y me contó que era cubana. Apenas se terminó la birra, en menos de un minuto y medio, me invitó generosamente a pasar un rato "solitos". Y le tuve que decir que sí. No vale la pena ahondar en detalles. Sólo que pagué por 40 minutos y que sólo necesité cinco para terminar con mi faena. Selva se quería ir, sobre todo porque yo la llamaba Nerina. A la negra no le gustó ni un poquito que me confundiera de nombre. Y no hay nada peor que una puta con cara de orto. Uno se siente estafado y, a la vez, con temor a que lo caguen a palos. Pero como tenía media hora a mi favor, casi que le rogué para que me aguantara un poquito. Necesitaba un poco más de cariño. A cambio, le ofrecí unos billetes más. Me sentía un poco incómodo en esa cama de una plaza y media, con el colchón envuelto en un nailon, enclavada en una piecita de dos por dos, separada por paredes de cartulina que servían para lotear las veinte habitaciones del boliche. Pero era lo que había. En pleno masajeo de resurrección, Selva acusó tener 21 años. Creo que se le había quedado una década en el camino. Igual estaba buenísima. Era pura fibra. Me explicó que había llegado acá, a la Argentina, hacía tres años, pero no le entendí muy bien cómo se había escapado de la isla. Eso sí, me miró como si fuese el diablo en persona cuando le pregunté por Fidel. También me contó que vivía en Wilde con otra de las chicas de Oasis, pero que su sueño era conseguir un departamento en Buenos Aires para trabajar sin depender de nadie.
Ahí, cuando nada parecía pasar, llegó el momento de la revelación, de la gran sorpresa, como si el 72 hubiese sido premonitorio. Me dijo, tal vez molesta por mi confusión en los nombres, que Nerina era la estrellita del boliche y que había llegado hacía un mes y medio con otra "modelito" que se llamaba Iris. Enseguida, se me apareció la imagen del Flaco Torres y su desesperada búsqueda e intenté hacerme el investigador privado para sacarle algún dato más a la morocha, que seguía trabajando en mi parte baja con mucho empeño y pocos resultados. Sólo me dijo que Iris apenas estuvo un par de semanas, ya que el patrón se la había llevado a otro local que funcionaba en Caballito. Al final, gracias a la buena voluntad de Selva, pude tener mi revancha en la catrera. Estaba agotado, pero también feliz por el gran descubrimiento. Cuando salía de la zona de cuartos lo busqué a Fanucci, pero no estaba. Eso sí, había dos terribles perras caminando en bolas sobre la barra. El show de lesbianas había comenzado. Y daba ganas de quedarse un rato. Pero primero tenía que buscar un teléfono público para contarle todo al Flaco Torres.

2 comentarios:

Facundo Gari dijo...

Me encantó. Espero la próxima entrega nomás. Abrazo, Tincho.

Anónimo dijo...

Geométricamente intrigante. Y, por otra parte: ¡al fin el que entre buscando putas encontrará putas!