28/1/08

Mancha (...)

La conversación telefónica con su ex paciente y enamorado la había dejado temblando. El miedo recorría sus entrañas. Pero no se trataba de una sensación de terror. Nada que ver. Era el miedo que sienten casi todos los mortales cuando saben que harán algo por el costado de la rutina. Apenas cortó con Javier González, Clara llamó a su asistente. Le avisó que al otro día no iría a trabajar y le pidió que tratara de suspender todos los turnos programados. No le explicó por qué. Tampoco confiaba demasiado en ella.
Le quedaban menos de 24 horas para la cita, tan inesperada como deseada, y también mucho trabajo por delante. Pensó en ir a comprarse ropa a Isolina, que tiene una línea para chicas un poco más jóvenes que ella. También en darse una vuelta por la peluquería para tapar las incipientes canas que invadían las raíces de su rubia cabellera. Sus planes no coincidían con sus palabras. Ella les decía a sus amigas que no le pasaba nada con ese muchacho de 30 años. Aseguraba que sólo estaba intrigada por su salud psíquica. Lo juraba. Y también se engañaba. En realidad, había pasado mucho tiempo desde su última salida. Mientras elaboraba el duelo luego del divorcio con su marido, los años se le habían escurrido entre el consultorio y el hospital. Creía que su vida amorosa había terminado hacía rato. No quería saber nada con enredarse otra vez en una historia. Pero apareció González y avivó un corazón que parecía estar entregado a la dolorosa soledad. Clara, de repente, volvió a sentirse deseada... La tristeza, esa maldita compañera que aparecía cada vez que llegaba a su casa, había quedado súbitamente en un segundo plano.
El día se pasó entre el shopping y el centro de estética. Supuso que la ansiedad la iba a maltratar. Pero sucedió todo lo contrario. La psicóloga había rejuvenecido unos diez años en apenas unas horas. Y no sólo por la ropa moderna y el cambio de look en el peinado. Todo pasaba por una cuestión de actitud.
Cuando faltaba media hora para las nueve, después de relajarse al cabo de un largo baño de inmersión y ponerse su ropa nueva y el más caro de sus perfumes importados, se tomó un taxi para llegar a tiempo a su consultorio. Desde la puerta de su casa hasta que se subió al auto pudo contabilizar unos quince piropos. Hasta el chofer, un flaco larguirucho con pinta de sepulturero, se tiró un lance con la licenciada al son de la novena sinfonía de Beethoven. Clara estaba a pleno. Sólo le interesaba que Javier quedara con la boca abierta.
Llegó a su consultorio a las nueve menos diez. Y se sentó en el diván a esperar que sonara el timbre. No quería arrugar su ropa. Ni siquiera se atrevió a posar su cabeza en el apoyabrazos para no despeinarse. Entonces, después de mirar por quinta vez su reloj, fijó su vista en el ventanal que da al patio. La lluvia que había caído durante el fin de semana había dejado el vidrio totalmente sucio. Clara comenzó a transpirar. El maquillaje empezaba a correrse, pero poco le importó. Fue al baño de una corrida y sacó de la parte inferior del vanitory el líquido que le había dejado Javier en su última sesión. Tomó una revista vieja de la sala de espera, arrancó unas cuantas páginas y comenzó a limpiar el vidrio. Sabía que una mancha podía arruinarlo todo.

Ver capítulo 1: Sesión
Ver capítulo 2: Otra sesión
Ver capítulo 3: Llamada

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola
interesante el trabajo tuyo, yo tambien me dedico a eso que el resto de la gente no entiende, es decir, escribir, quizás en un estilo diferente pero al fin y al cabo todos los escritores somos afines

te dejo mi blog asi quedamos en igualdad de condiciones

hay q seguir haciendo este tipo de cosas, el mundo necesita mucho arte, urgentemente!

J.

Deuche dijo...

¿Ahora resulta que el tema viene en capítulos? ¿Cuál es la próximo paso? Cobrar el episodio 4. Ya no hay moral. Qué bárbaro... Pese a todo, muchos saludos. Prometo ir a visitarlo próximamente...