23/12/15

La vida suelta de Ernesto XXIV (...)

Se acercaba fin de año y Gesell estaba a punto de ebullir de turistas. También estaba a punto de ebullir Ernesto por culpa de ese sueño que tuvo todas las intenciones de ser reparador y terminó dejándolo totalmente perturbado.

Los delirios oníricos son eso: delirios. Pero siempre tienen una explicación. Al menos eso dicen los psicoanalistas para no cagarse de hambre con el legado de Freud y tener la agenda cargada de pacientes. Así, con el cuerpo colmado de sensación de alivio luego de cumplir con el objetivo de escaparse de una vida de mierda, esa vida que se le escurría acorralado entre un trabajo rutinario e insípido y un matrimonio sin sentido, la mente de Ernesto se relajó. Y el sueño lo enredó entre algunas de las mujeres que habían pasado por su vida en la última semana.

Primero apareció Laura. Pero no era la Laura de ahora, esa que había tomado tanta distancia de Ernesto que parecía una extraña más. Era la Laura de la Facultad. Laurita. La chica refinada que lo cegó. El cuerpo de Laura todavía no se había transformado en un eslabón perdido entre un reptil y una mujer. Aparecía desnuda, pidiendo una tarde sexo sin condicionamientos. Pero sus piernas interminables se habían transformado en tentáculos que lentamente comenzaban a asfixiar a Ernesto y a todos los hombres, todos desconocidos, que desfilaban por su sueño sin pedir permiso.

Ernesto se despertó algo sobresaltado. Todo transpirado. Tardó en ubicarse. Le costó darse cuenta de que estaba en la habitación del Gordo Salvador hasta que vio el inconfundible y destartalado televisor que colgaba de la pared. Se incorporó y miró la hora. Apenas había dormido unos veinte minutos y se sentía más cansado que antes de recostarse. Fue al baño, tomó un poco de agua de la canilla y volvió a la cama. Más allá del temor de que la pesadilla se repitiera, cerró los ojos nuevamente. Y que fuera lo que los dioses de los sueños quisieran...

No tardó demasiado Ernesto en conciliar otra vez el sueño. Por suerte, Laura y sus tentáculos malditos se habían esfumado para dejarle paso a la avasallante Lola. Tenía razón el Gordo Salvador. Ernesto dejaba asomar los colmillos cuando la veía. Los sueños, como los locos y los chicos, no mienten. Lola volvió a aparecer con su bikini diminuta, esa que estaba a dos nudos de dejarse caer para dejar de cubrir su cuerpo pirotécnico. Lola corría por la playa y Ernesto la seguía con la atención de un juez de silla de tenis. Ella lo miraba fijo a los ojos y lo invitaba a que la siguiera al mar. La imagen era tan vívida, tan real, que Ernesto volvió a despertarse. Sobresaltado. Transpirado. Y con una erección que hacía mucho tiempo no tenía.

Volvió a mirar el reloj. Ya eran las seis de la tarde y seguía solo en el taller del Gordo Salvador. Sin poder dormirse nuevamente y todavía excitado por el sueño con Lola, tomó una de las revistas de cómics para adultos decidido a descargarse. Sin embargo, mientras resolvía su apremio sentado en el borde del inodoro, se miró al espejo y se dio cuenta de que el tiempo había causado estragos con su cuerpo. La imagen de un viejo con anteojos de leer masturbándose en un baño lo deprimió a tal punto que no pudo terminar con su tarea. Tiró la revista por ahí y se acostó otra vez en la cama.

Ya sin ganas de dormir y con los ojos llorosos, Ernesto encendió el televisor y se puso a ver un partido de fútbol viejo que miró casi sin prestarle atención. Era un River-Argentinos Juniors de la década del 80. Vio que estaban Francescoli y Borghi, pero mucho no le interesó. El partido quedó de fondo, como un dibujo de naturaleza muerta. Es que Ernesto no podía dejar de pensar en la triste imagen de ese viejo haciéndose la paja. Era él. Era una imagen demoledora. En realidad, era un disparador. Ernesto no podía dejar de pensar si esa vida de mierda que vivía, esa vida de mierda de la que escapó por la puerta trasera, no era mucho más cómoda de vivir que esta aventura sin rumbo ni destino que acababa de empezar a vivir.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Buenísimo. Me encanta la escritura. Abrazos. HRC.

Unknown dijo...

Buenísimo. Me encanta la escritura. Abrazos. HRC.