6/5/08

Soledad (...)

Está solo, sentado en el viejo inodoro. En sus manos tiene una revista amarillenta, casi tanto como los azulejos del derruido baño. Está desnudo y tiembla. Tiene frío. También, miedo. El silencio casi absoluto ya no le molesta, aunque sí lo perturba escuchar los violentos quejidos de sus entrañas. Una gota de sudor helado recorre cansinamente su mejilla derecha. Se siente mal. Está convencido, como hace una semana, de que hoy es el día de su muerte. Probablemente, como casi siempre en su vida, esté equivocado.
La última vez que salió de su casa fue para asistir al funeral de su ex mujer. De regreso del cementerio, pasó por un mercado y compró cientos de latas de conservas. Llegó a su casa y se encerró. No volvió a abrir las ventanas ni las persianas. Raciona al máximo sus comidas. Sólo se alimenta en dosis homeopáticas para calmar los violentos espasmos intestinales.
Anestesiado por la soledad, no siente el olor a podrido que emana su cuerpo, ya consumido y golpeado. Asediado por la oscuridad, la luz sólo entra por la claraboya del baño. Y allí pasa gran parte del día. Lee viejas publicaciones. Mira fotos. Recuerda. El presente sólo es pasado. El futuro ya no existe. Cuando se agota de volver atrás en el tiempo, deja el inodoro y se recuesta en la fría bañadera. Ya no cierra los ojos para dormir. Hace tiempo que no puede descansar. Sólo se pregunta por qué nadie se acuerda de él. ¿Por qué?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen cuento, me hizo recordar a H. G. Wells, no sé si esto es bueno o malo, pero me hace acordar.

Una visión personal del abadono personal.

Espero seguir leyendote!

Suerte y saludo.