20/5/08

Justo ella... (...)

Entre otras cosas, sin saber qué pasaría después, ella me aconsejó que a las chicas no les hablara melosamente de sus miradas. Tampoco de sus sonrisas. Me advirtió que esos artilugios románticos rozan la cursilería. Sostuvo enfáticamente que recurrir a ellos sonará inequívocamente a poesía barata, a sanata, y que con eso voy a espantar a cuanta mujer tenga adelante. Justo ella me dijo eso... Justo ella... Es hermosa. También inteligente y divertida. No me acuerdo si usaba pollera o si tenía pantalones. Si tenía remera o musculosa. Tampoco me acuerdo si hacía calor o frío. Bah, frío no hacía y estoy casi totalmente seguro de que era una noche de verano. Eso sí, estábamos sentados en un bar en una mesa larguísima junto con un grupo de amigos. Todo era normal. Hasta que ella, un poco desinhibida por el vino blanco, se sentó enfrente y me clavó la mirada. Todo mi universo cambió. De repente, aunque odio los lugares comunes, sentí que estábamos solos. Empezamos a hablar. De cualquier cosa. Yo no escuchaba a nadie más que a ella. Y creo que a ella le sucedió lo mismo conmigo. Me volvió loco que coincidiéramos en casi todos los gustos. Y que soltara una coqueta carcajada cuando le propuse fugarnos ya a cualquier lugar. Dijo que no, obvio, que era imposible. Y tenía razón. Pero la idea quedó flotando hasta que terminó la noche. Yo también. Antes de partir, luego de esbozar su teoría sobre las palabras prohibidas, me hizo un guiño y me besó intencionadamente en el límite entre la comisura del labio y el bigote. Me dijo al oído que teníamos que volver a encontrarnos. Solos. Esa era la única condición... El problema es que me muero de ganas de decirle que no puedo olvidar su mirada y su sonrisa. Y no sé qué hacer. Mirá si se me escapa y tiro todo a la mierda por haberme enamorado.

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