La miro. Con curiosidad, pero tratando de ser discreto, la redescubro. Ella, intuitiva, lo sabe. Más allá del calor y del fuego, su belleza se vuelve inalcanzable. Ya me había olvidado de su condición de ignífuga. La memoria no tiene lugar para los malos recuerdos. Por eso, otra vez, volví a equivocarme.
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